"El horror, el horror". Así finaliza Brando (Kurtz) en Apocalypse Now (1979), probablemente el último gran papel del animal convertido en actor. Para el mainstream del feminismo actual, Brando debe ser un satanás rijoso y violador, un estereotipo ablativo del machismo eterno. Hoy Brando sería quemado, con mantequilla, en la plaza de la Villa de Madrid, con vítores de una izquierda que ha sacralizado estúpidamente el sexo, y de una parte de la derecha, que contemplativamente, ha comprado la mercancía averiada del nuevo puritanismo populista, por intuición demoscópica, por falta de convicciones o por oportunidad.
Es posible que en estas infaustas horas de autoinculpación y expiación, Errejón se lamente de su destino, y sienta el horror de las tinieblas en su propia carne trémula. Kurtz, el que se adentra en el corazón de la selva, en el Vietnam de la muerte de toda una generación, es un ser esencialmente humano, tan humano que afirma que "juzgar nos derrota".
Pues bien, en el nuevo Madrid de los cursos de feminismo para todos, lo primero que hacemos es juzgar, y, como tal, todos salimos derrotados. Unos y otros. Madrid no es París, ni falta que hace, como la Carrera de San Jerónimo no es la Rue des Francs-Bourgeois. A diferencia de Brando, donde no había contradicción alguna entre la persona y el personaje, Errejón se juzga a sí mismo, y cree que es víctima de la escisión entre persona y personaje. Lamentablemente no es así. Errejón es víctima de su eventual adicción a las drogas, es víctima también, con cautelas, de su presunta adicción al sexo, pero, sobre todo, es víctima de un discurso disparatado sobre la sexualidad humana, de una narrativa perversa sobre las relaciones sexuales entre hombres y mujeres que se ha creído él mismo sin mayor pudor moral.
Errejón se declara culpable de vulnerar la narrativa sobre el sexo que la izquierda normativista y promiscua en el intervencionismo privado ha elaborado, y comete el error inconmensurable de atacar su propia presunción moral de inocencia, siquiera sea por la vía de aceptar que ha compadreado con el heteropatriarcado y con las patologías sexuales del liberalismo. Errejón se ha convertido en víctima de su propio discurso y de sí mismo. Ignoro si ha podido rebasar con su conducta los límites del Código Penal, deseo sinceramente que no, pero ha sido engullido por el Moby Dick intelectual de una izquierda moralista y estúpida.
Kurtz, en una secuencia de la película, pregunta a Willard: "¿Ha pensado alguna vez en verdaderas libertades?". Errejón debería pensar en algún momento en las verdaderas libertades, aunque dudo que ahora pueda hacerlo. Pero no solo Errejón, sino la tropa mediática y seudopolítica que estos días, de uno y otro lado, ha salido en tropel a astillar el árbol derrumbado, cayendo en el mismo error de enfoque y dando por buena la ortodoxia moral de la izquierda sobre el sexo. No aprendemos y así nos va.
Este feminismo actual tiende a hacer de la mujer un sujeto menor de edad, propenso a equivocarse. Es un feminismo paradójicamente castrante. Un feminismo que busca una revancha histórica frente al machismo atroz que ha caracterizado nuestra civilización, al punto de convertirse al hembrismo más salvaje, en el que el hombre es, por definición y por naturaleza, un ser violento contra las mujeres, un mal salvaje. Son posicionamientos que, por lo demás, ponen en duda la autonomía personal de la mujer, sustraen a la mujer de su capacidad de decisión por la de una política seudoperfeccionista que vela para que no se equivoque. Tanto es así que le imponen hasta las posiciones del coito o las palabras que según el academicismo comunista del buen fornicio se deben pronunciar en el acto sexual.
Es más, en España, como en el resto del mundo idiotizado occidental, el sexo desacralizado del Estado liberal que dejó atrás el sexo estrictamente reproductivo está siendo sustituido por otro sexo de una nueva religión laica de fariseos de izquierda, con la complacencia de cierta derecha, en la que solo caben los cánones de las prácticas sexuales que informen las nuevas predicadoras del sexto mandamiento. En una sociedad liberal, el prejuicio o el asco son malos consejeros para legislar. Las fantasías ajenas, por mucho que nos disgusten, no pueden ser objeto de interferencia. En suma, las razones por las que las relaciones sexuales se llevan a término no deben estar sometidas al escrutinio de ninguna otra autoridad más que la de quienes voluntariamente la llevan a cabo.
En una entrevista a Margaret Atwood en 2019, la autora de El cuento de la criada afirmaba que "de forma natural me sale ser una vieja zorra malvada", y añadía: "la verdad es que hay todo tipo de mujeres. No pretendamos que son un tipo de ángeles que vuelan entre las nubes. Tienen imperfecciones y fallos como el resto, ¿y por qué no deberían tener derecho a ello?". Hoy Errejón no se permitiría poder pronunciar esta frase. Pero, en cambio, hombres y mujeres somos imperfectos. O, dicho de otro modo, perfectamente libres para ser imperfectos. También en el sexo, siempre que sea consentido.