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El motín de Paiporta, ¿epílogo del sanchismo o flor de un día?

A diferencia de Sánchez, que salió por patas, el Rey afrontó la lluvia de meteoritos de barro, se incrustó en la masa y escuchó, consoló y abrazó.

A diferencia de Sánchez, que salió por patas, el Rey afrontó la lluvia de meteoritos de barro, se incrustó en la masa y escuchó, consoló y abrazó.
Pedro Sánchez huyó de la protesta vecinal de este domingo en Paiporta. | Europa Press

Me pregunto si el motín –según el DRAE, "movimiento desordenado de una muchedumbre, por lo común contra la autoridad constituida"– de Paiporta será un acontecimiento histórico o si, por el contrario, no pasará de flor de un día. Una biopsia de la Nación, conformada por una multitud de ciudadanos quebrados por el Diluvio del pasado martes y desamparados por el Estado, puso el grito en el cielo desde una lápida mastodóntica de lodo y se ciscó en Pedro Sánchez, en Carlos Mazón y, en menor medida, en los Reyes de España. A diferencia del líder del Ejecutivo, que protagonizó una evasión peliculera y cobarde, Felipe VI afrontó la lluvia de meteoritos de barro, se incrustó en la masa y escuchó, consoló y abrazó. El Jefe del Estado, para qué andarse con rodeos, estuvo espectacular. Humana y constitucionalmente, como aquel 3 de octubre de 2017. La Reina, por su parte, emuló a su esposo. Una señora le rogaba entre lágrimas: "Perdónanos, creíamos que era él, perdónanos".

El él al que se refería aquella mujer rota era Sánchez. Un presidente sitiado por un heterogéneo ejército de escándalos que afectan a su esposa, a su hermano, a su partido y a sus socios de Gobierno. Escándalos opacados por una catástrofe inédita, gestionada de un modo terrible y vergonzante, que tiene toda la pinta de saldarse con la vida de cientos de personas. Con la rúbrica irresponsable de los hunos y de los hotros. Porque la Confederación Hidrográfica del Júcar informó de la existencia de barrancos desbordados a las 17:30 del martes, pero la alerta de Protección Civil llegó a las 20:15. Porque, citando a García Ferreras, "controlar RTVE" era "más importante que los muertos". Porque, según la ministra de Defensa, Margarita Robles, "no podemos pretender que el Ejército lo haga todo", etcétera. Los políticos patrios –excluyo a los abnegados alcaldes y concejales de los municipios perjudicados, por supuesto– se han manifestado desnortados y erráticos, como un rebaño infernal de cabras locas. "Vuelvan a sus casas", les demandaba Mazón a los voluntarios que evidenciaban, con su trabajo y sus donaciones, la desnudez paralítica de las instituciones. "Si necesita más recursos, que los pida", le espetaba el marido de Begoña, chulesco y emélico, al presidente de la Generalidad. Sin atisbar, al menos, mientras escribo, la declaración del estado de alarma o de excepción. Sin convocar un Consejo de Ministros extraordinario. Mientras los bomberos franceses preguntan, alucinados: "¿Me estás diciendo que somos los primeros auxilios en llegar?". Con la banda sonora de Franco Battiato: "Entre los gobernantes, ¡cuántos perfectos e inútiles bufones! / Este país está devastado por el dolor… / ¿Acaso no os dan un poco de pena / aquellos cuerpos en tierra sin ningún calor?".

También me pregunto, como media España, quién o quiénes pagarán la factura política del cataclismo. Se cuenta que a Mazón, oh, sorpresa, le están haciendo la cama en el propio PP. Mas, ¿qué pasará con Sánchez, doctor en supervivencia? La prisa urgente por llenar el Consejo de RTVE de lacayos, la protesta de la que fue objeto principal este domingo o que el PSOE, ridículo, difundiera horas después un documento sin firma que vinculaba esa misma protesta a grupos de extrema derecha, ¿denotan, realmente, debilidad? Arturo Pérez-Reverte, en una de sus últimas novelas: "La tragedia de quienes triunfan es que consiguen lo que desean, pero no por mucho tiempo". La lamentable gestión de la hecatombe levantina, ¿se traducirá en el epílogo del sanchismo? Permítanme dudarlo. No sólo por la historia personal del presidente, sino por la del país nuestro: la Riada de Santa Teresa, el 15 de octubre de 1879, mató a más de mil personas en la Región de Murcia y en Orihuela. Ningún político de primera división dimitió entonces. Quienes arrimaron el hombro, sobre todo, fueron los propios afectados, la prensa regional y un empresario cacereño. No hemos cambiado tanto.

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