
El porcentaje de tontos que pueblan el planeta constituyen con toda probabilidad un parámetro fijo que se mantiene estable e igual a sí mismo tanto desde el punto de vista temporal como si sus testimonios empíricos se observan desde una perspectiva espacial. Y de ahí que no debamos extrañarnos demasiado ante el hecho de que estos días se constate una simetría casi perfecta entre el número de tontos hispánicos de derechas que se muestran en extremo alarmados ante el retorno triunfal a la Casa Blanca de Trump, por un lado, y la cifra pareja de tontos de izquierdas e igualmente hispánicos que manifiestan idéntica histeria acongojada ante similar acontecimiento.
Ocurre que a los tontos de izquierdas les da mucho miedo que llegue Trump otra vez, pues, al tratarse del único presidente yankee en cien años que no desencadenó ninguna guerra durante su mandato ni tampoco intervinó en otros países con intención de desestabilizar a sus gobernantes con el propósito de derrocarlos, dan por hecho que su nueva presidencia constituye un peligro gravísimo para la paz en el mundo. Y es que a nuestros tontos de izquierdas el que les pone es Obama, el tipo tan simpático y parlanchín que envió a Victoria Nuland a Ucrania para que dijera aquello tan bonito —"Fuck the European Unión!"— cuando, por casualidad, en 2014 estalló el Maidán en Kiev.
Y huelga decir que también les gustaba mucho Biden, el abuelete senil que se ha pasado los últimos cuatro años intentando que la Tercera Guerra Mundial volviera, como las dos anteriores, a desarrollarse en suelo europeo, bien lejos de Washington. Porque el que les da mucho yuyo a los pobres es Trump. ¿Y qué decir de sus hermanos gemelos, esos tontos de derechas que no salen de su terrible escándalo moral ante el hecho inaudito de que se haya permitido a Elon Musk entrevistar a la líder del ahora segundo partido de Alemania, una fuerza perfectamente legal que encabeza una lesbiana que comparte su vida con una inmigrante asiática? No cabe un tonto más. Pero ni uno.