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Isabel Díaz Ayuso y el futuro de España

Tengo para mí que Isabel Díaz Ayuso representa mejor que ningún otro dirigente del PP,  Feijóo incluido, cuál es el sentimiento popular de su base electoral real.

Tengo para mí que Isabel Díaz Ayuso representa mejor que ningún otro dirigente del PP,  Feijóo incluido, cuál es el sentimiento popular de su base electoral real.
EFE

De entre los muchos libros que nunca escribiré –obra de misericordia, que no vagancia– se encuentra uno que tuvo hasta el título, algo largo por cierto, decidido. Los cien primeros días de un ministro provinciano contados por un intruso, le puse. Sí, el ministro era Javier Arenas y el intruso, yo. Se trataba de contar cómo es la cosa de ser tan alto cargo del gobierno desde la perspectiva de un fuera de juego.

Uno de los episodios que debían contarse narraría el sistemático desdén por la verdad de los sindicatos "de clase" (de la peor clase, sin duda). Recuerdo aquellas reuniones que duraban hasta altas horas de la noche y cómo, sobre todo los ugeteros, alababan las propuestas del equipo del campeón de Olvera. De hecho se firmaron unos acuerdos tranquilizadores para todos. Pero cuando se les invitaba a que lo reconocieran en público, apelaban a que ellos tenían que mantener su imagen de "clase" y aparentar enfrentamiento radical. Es lo que hay: baile de máscaras a todas horas.

Viene esto a cuenta del enraizamiento de la farsa en nuestra vida política. Sus gerifaltes viven más pendientes de las encuestas, de las valoraciones, de las estimaciones de las casas de opinión, que de lo que de verdad creen, de lo que de verdad son, de lo que de verdad representan y de lo que de verdad quieren. Y lo que es mucho peor, de lo que piensan si es que lo hacen alguna vez de manera autónoma y sin calcular el tráfico de sillones.

Se habrán dado cuenta ya del por qué de la alusión a un intruso en el título. Naturalmente, mi vida siempre ha respondido a la condición del extraño, del ajeno, del outsider, del que está fuera donde hace más frío y hay menos dinero. Mi papel era ordenar las palabras que debían ser dichas para que todo concordara adecuadamente hacia la superioridad y hacia las bases de la organización, pero siempre advertí desde el principio que se trataba de unas ideas que no eran las mías. Pude ser un escriba pero no un fariseo.

Que el PP de ahora tiene un problema radical de identidad y de configuración estratégica, no es ninguna novedad. Tengo para mi que el discurso más coherente que han tenido los populares fue el que lentamente elaboró José María Aznar en sus años de oposición: un prédica liberal conservadora, tratando de recoger los frutos desde Azaña hasta Cambó, pasando por una democracia cristiana social y los restos de una técnica política franquista heredada con la transición.

Pero su problema, como el de ahora, era el miedo a la verdad. Sabiendo como sabían que el socialismo felipista era sobre todo un aparato de propaganda eficaz y temiendo como temían que su plan fuese la ocupación de la sociedad y del Estado, nunca se decidieron a dar la batalla ideológica, la batalla cultural, la confrontación estratégica. La falsa percepción de que bastaba con la cesta de la compra llena aunque las cabezas estuviesen vacías, acabó por convertirlo en un partido para el que vale cualquier cosa que dé votos y no los quite. Aunque sea cediendo sin cesar, abdicando de lo que motiva a su electorado.

Este camino casi conduce a la destrucción del PP. Recuerden los 66 escaños de 2019, zarandeados por Ciudadanos y Vox, ambos entonces al alza.

Tengo para mí que Isabel Díaz Ayuso representa mejor que ningún otro dirigente del PP, Feijóo incluido, cuál es el sentimiento popular de su base electoral real. Pero tengo para mí también que Ayuso no representa a las castas incrustadas en el aparato genovés del PP desde la etapa de Fraga y Aznar. Los poderes fácticos fácilmente reconocibles que inspiran a la cúpula burocrática del PP no quieren el riesgo que creen que corren con Ayuso. Por eso han aspirado a destruir a Vox, tarea en la que la madrileña ha sido muy eficiente ocupando su discurso, para reconstruir una mayoría absoluta imposible. Pero no lo han conseguido.

Es más, lo que ha dicho estos días Macarena Olona en LD es muy de tener en cuenta. Hay un espacio vacío en el electorado español constitucionalista y respetuoso con la Transición que añora verdades y no posturas, dignidad y no transacciones, estrategia y no derivas. Si se lograse articular en profundidad una propuesta política y ética que reuniese a quienes hoy están fuera de su lugar natural, en el corral del PP, en los pecios de Ciudadanos, en los aledaños de Vox y en las afueras de los partidos habituales, el futuro podría no ser el que es.

Isabel Díaz Ayuso tiene que pensar. Cayetana tiene que pensar. Maite, Rosa, María, Esperanza, qué riqueza de mujeres, tienen que pensar, junto al grupo de políticos y gente de bien que están desubicados y cuyos nombres son de sobra conocidos. Lo que no se haga ahora es posible que en adelante ya no se pueda hacer. España como nación necesita un futuro en el que los que deseamos reparar el camino de la Transición desde la verdad, desde la firmeza estratégica y desde la autenticidad tenemos que pensar.

La suma final debe disponer de poder suficiente para revertir completamente la herencia antinacional y antidemocrática del sanchismo. Es una tarea histórica. O eso, o el caos.

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