
A la primera sesión de control del año llegaron Pedro Sánchez con los colmillos de Smilodon –tigre dientes de sable, en cristiano– afilados; Alberto Núñez Feijóo, con el café a medio tomar y el traje sobre el pijama, y Santiago Abascal, pasado de Red Bull, torrencial en ataque y fragilísimo en defensa. La oposición, bien por el mérito maléfico del presidente y de sus cortes/cohortes políticas y mediáticas, bien por su inocencia –el líder de la oposición, angelico, sigue pensando que el del Ejecutivo "caerá por su propio peso"–, por su idiocia –el lúbrico González Pons y derivados– o por su unga bunga patriotero –el partido del que se fueron Espinosa y Olona–, es absolutamente incapaz de armar un ariete eficaz contra un Gobierno cercado por el escándalo y por la corrupción como ningún otro. Destrozando una canción bellísima del difunto Pablo Milanés: el tiempo pasa, nos vamos haciendo viejos y Sánchez ahí sigue. Algún fontanero del PP, en pasillos, exuda nerviosismo y susurra toquecitos de atención; los voxeros, por su parte, sueñan como nunca con la medalla de plata echando un vistazo por el retrovisor internacional. Mientras tanto, el cíborg de la Moncloa, pese a tener a su mujer, a su hermano, a su fiscal y al que fuera su mano derecha en el PSOE imputados, permanece en el poder tan tranquilo.
Y miren que Feijóo no estuvo mal. Feijóo estuvo como una barra de pan de supermercado sacada del horno hace un par de horas: se puede comer, quita el hambre, y paren de contar. "¿Quién va a pedir perdón a los españoles por los borrados del fiscal general, por su número dos en el partido, por su hermano, por su mujer, investigada por corrupción en los juzgados de Plaza de Castilla, y por ser usted un títere del separatismo?", le preguntó a Sánchez. Cantó una tonadilla ya escuchada –"Confunde servir a los españoles con sacar tajada de ellos"–, hizo populismo con la subida del salario mínimo, invocó al Ana Rosa de La Tuerka –"Señora vicepresidenta, esta a Pablo Iglesias no se la habrían colado"– y remató, con buscada contundencia: "Si tuviera dignidad, ya lo hubiera dejado". El presidente saltó con que España va como un tiro, se burló de él con respecto al SMI –"Ahora entiendo por qué congelaron el salario mínimo: para que no tuviera retención de IRPF"– y, disfrutando como un cochino en el barro, le atizó por el apoyo pepero post-mortem al decreto Minibus: "De repente, obró el milagro: ya no hay palacete, ya no hay okupas, ya no hay escrúpulos. Cuando su voto era decisivo para revalorizar las pensiones, votaron que no; ahora que su voto es absolutamente irrelevante…".
Abascal intervino en plan Taz, el demonio de Tasmania de los Looney Toons: en tromba, hiperventilado y, ay, vulnerable. Con verbo de fuego pretendió abrasar a un viejo zorro provisto de traje ignífugo y de extintor: "Todos los socios internacionales que consigue son narcoterroristas como Petro, tiranos como Maduro, regímenes como el de Hamás, Qatar o Irán; por supuesto, Marruecos, que parece nuestro amo… Sin olvidarnos, por supuesto, de Putin, al que compra el doble de gas que antes de la guerra". El presidente de Vox acusó a PSOE y a PP de perpetrar el "Gran Arancel, que es el Pacto Verde" en Bruselas y, mientras Sánchez se partía de risa, profetizaba: "Ojalá no lleguen los aranceles enunciados de EEUU, pero si llegan, será por su culpa".
El presidente, condescendiente, paladeó su réplica. Mencionó las 125.000 órdenes de protección social que el Gobierno ha dado a venezolanos e hizo sangre con los que va a deportar EEUU: "300.000 venezolanos que expulsará Trump. ¿Usted pondrá el grito en el cielo? Es fuerte con el débil, pero un servil con el poderoso". Con respecto al tirano ruso, marcó a placer: "Si quiere hablar sobre Putin, pregunte a su amigo Orban".
Gabriel Rufián hizo las delicias de los periodistas que le veneran en las fiestas de la socialité cultural de la capital del Reino: "Todos y todas somos wokes ahora. (…) No ser un puñetero facha es woke". Le sobrevino un aplauso con gatillazo, de mano muerta. El portavoz de ERC pidió a la UE promover "una red social alternativa", "decirles a la cara a los fascistas que no son valientes" y "que no son patriotas. Porque no es de patriotas gobernar odiando a la mitad de tu país". Habla el burro de orejas. Sánchez, como aburrido, le dio una palmadita en la espalda asegurando que Europa, en esto de las redes, pretenderá conseguir el "fin del anonimato, la transparencia del algoritmo y la asunción de responsabilidades por parte de los oligarcas tecnológicos". Dicho esto, se dio el piro.
Entonces, Tellado puso el primer picante –por fin– de la jornada: "Se ve que tiene prisa. Será algo familiar. Lo del absentismo familiar es algo genético". El portavoz del Grupo Popular en el Congreso preguntó a Bolaños sobre el primer fiscal general del Estado imputado en la Historia de España: "¿Sigue usted defendiéndolo? Si borraba mensajes, ¿alguno era suyo? ¿Está encubriendo al fiscal?". El ministro trinitario, amenazante: "Cuide su reputación. Ser portavoz de delincuentes confesos no es buen camino". El pepero, sobre la Ley Begoña: "Quieren una ley de impunidad para la familia del presidente. ¡Qué vergüenza ser ministro de Justicia de este gobierno, señor Bolaños!". Y el socialista: "Están tardando mucho en pedir perdón por sus insinuaciones, su mentiras y sus calumnias".
Cayetana Álvarez de Toledo: "Su fiscal general del Estado acusa al Tribunal Supremo de invadir derechos fundamentales, actuar con premeditación y no buscar la verdad. ¿Secunda usted esta acusación? ¿Considera que el Tribunal Supremo prevarica?". Bolaños, torticero, dijo no sé qué de la Madrid Fascio Week y le preguntó si está más cerca del PSOE que de "los ultras". La portavoz adjunta del PP le recordó algo elemental: "Yo pregunto, usted contesta". Concluyó con la frase de la jornada: "'Ultra', repite, 'Orban', señala, mientras usted señala a los jueces. Orban son ustedes. La única diferencia es que Orban defiende la soberanía nacional y Sánchez la rompe".
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