
A la cuestión planteada, las respuestas pueden ser infinitas. Por ejemplo, si se hiciera en un país libre, podría ser –aun reconociendo que existen templos motivo de encanto, una muralla objeto de magnitud fascinante, un gran desarrollo tecnológico en las grandes ciudades…– que China tiene 1.400 millones de habitantes. De ellos, una minoría, identificada con el sistema político; la inmensa mayoría, resignada a ser instrumentos, cosas, para la producción, ignorando qué derechos humanos, si alguno, se les reconoce; y otra minoría que piensa y comunica, candidata a represión o muerte súbita y accidental, según las informaciones.
¿Cuál habría sido la respuesta de nuestro presidente Sánchez que, además, no es su primera visita? No soy capaz de imaginarla, caso de ser alguna y mantenerla.
Mi falta de imaginación se debe a que cuando se disponía a iniciar el viaje, que le llevaría primero a Vietnam y después a China anunció en los medios que iba como representante de la Unión Europea. Así, según fuentes del máximo crédito, "Desde Moncloa aseguraban que el presidente iría a estos dos países… para hablar en nombre de la UE, para ver qué se puede hacer en medio de esta vorágine arancelaria" y que "Desde Moncloa confirmaron que esta visita cuenta ‘con todos los beneplácitos’ de la Comisión Europea".
Contrasta lo dicho, con la información de que esta visita ha despertado críticas en Bruselas, pues las relaciones comerciales de la Unión son competencia directa de la Comisión Europea, así que "no podemos decir que ahora haya un jefe de Gobierno que represente a la UE en China".
¿Qué necesidad había para tal desinformación? Creo que a los españoles nos importa muy poco que el presidente del gobierno viaje al lugar que crea conveniente, pero sin abrogarse, falsamente, representación o apoderamiento alguno.
Desde aquí, y sin más información que la aparecida en los medios, se diría que lo cierto es que nuestro presidente ha estado encantado, pues a su propia arrogancia le van muy bien los agasajos, las solemnidades y las referencias laudatorias a su persona.
De aquí que, tras su visita, le faltó tiempo para definir al presidente chino como "socio imprescindible a la hora de hacer frente a los desafíos globales… que constituyen para España algunas de las prioridades de la política exterior".
Sin embargo, el socio Xi presenta rasgos atípicos, si consideramos los temas que pueden conformar el orden del día de cualquier reunión. Así, nada se habló del grupo de juristas chinos "Movimiento de Nuevos Ciudadanos" que pretende alumbrar hacia la democracia, ni tampoco en la versión china del movimiento "#MeToo", ni de la represión contra 45 activistas sobre Hong Kong… Es decir, socio imprescindible, pero no para todo.
Aceptaría sí, que a los socios díscolos de su gobierno les encantarán sus propósitos, y quizá se disciplinen. Pero yo recordaría el consejo del Embajador Dezcallar, que de esto sabe mucho: "Nadie en la U.E. piensa sustituir la alianza con Washington por otra con Pekín".
Por ello, tras la vanagloria, que otros deshagan los entuertos, pues no se puede soplar y sorber al mismo tiempo.