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Hacia el próximo ciclo glorioso del Real Madrid

Suerte la del Madrid, que tiene a Florentino, no a un Laporta. Estaríamos sin futbol y sin estadio.

Suerte la del Madrid, que tiene a Florentino, no a un Laporta. Estaríamos sin futbol y sin estadio.
Hacia el próximo ciclo glorioso del Real Madrid | Cordon Press

Antes de morir, el Real Madrid enterró en el Bernabéu al máximo rival de los últimos años. El equipo de Guardiola, daba igual que fuera Barça o City, moría exhausto ante su verdugo habitual en el marco nuevo y antiguo de los milagros más asombrosos del fútbol en el siglo XXI. El Barça vegetaba en Montjuich mientras el nuevo Bernabéu enterraba al que durante dos décadas ha sido el imán y hasta el muecín del anti-madridismo, esa religión de mediocres que cultivan rencorosamente todos los que en el fútbol odian la excelencia. Y en el siglo XXI, como en el XX, la excelencia, en materia futbolística, sólo tiene un nombre: Real Madrid. Y un presidente que ha sabido sacarlo del grupo de los escogidos y colocarlo por encima de todos los demás: Florentino Pérez.

Si el Madrid, por encima de todos los grandes clubes de Europa, ha sabido crear y recrear una épica familiar, doméstica, la de las grandes remontadas en las noches europeas, es porque Santiago Bernabéu supo crear un club por suscripción popular y porque Florentino Pérez ha sabido reinventarlo en la misma clave de Bernabéu, el fútbol como espectáculo más allá del deporte, de mayorías universales, no de supremacías locales, con las que otros se conforman o no buscan otras.

Tras la victoria, un suicidio colectivo

En todos los ciclos, literarios o históricos, el final de una época se produce cuando el héroe mata al dragón, y hay que esperar una generación o varias para que renazca el mal y, para combatirlo, a la desesperada, resurja el Bien, en la figura del hijo del héroe ya enterrado o de un hijo del pueblo que, desde la cuna, oyó cantar las historias de la gloria de antaño. El final del ciclo del Real Madrid debimos adivinarlo ante la tumba deportiva de Guardiola, y tras haberle ganado nuestra decimoquinta copa de Europa. Su fútbol, nuestra victoria: esa ha sido la gloria de este penúltimo Madrid.

Cuando se buscan o reparten las responsabilidades tras el penosísimo espectáculo de despedida ante el Arsenal, conviene recordar que unos días antes el Madrid renunció a la Liga perdiendo ante el Valencia, y que esa derrota, mucho más evitable que ante el Arsenal, empezó cuando Ancelotti dejó que Vinicius tirara un penalti, tan mal como suele, en vez de que Mbappé, que estaba en racha, fuera el que, por lógica y talento, lo hiciera. O sea, que no fue en la Copa de Europa, para otros, La Champions, cuando el Madrid dejó de competir, sino antes, mucho antes, dentro de un vestuario en el que ya no se respetaba al entrenador ni éste se hacía respetar. La razón es que todos, hasta el recién llegado Bellingham, habían ya ganado su copa de Europa, con el portero suplente, y los había con cinco o seis ganadas, como Modric. Lo nunca visto ni, seguramente, por ver, cuando el fútbol, ahora ya estúpidamente emasculado por el VAR, sea enterrado por la IA.

Florentino derrota a los Clubes-Estado

Pero tanto la decimocuarta como la decimoquinta copa de Europa se habían ganado ante equipos mucho mejores y clubes mucho más ricos, sólo por ser el Real Madrid. En realidad, porque, ante los clubes-Estado que se acogieron a la infinita corrupción de la FIFA y la UEFA, Florentino acertó a fichar jóvenes muy jóvenes de la cantera argentina, uruguaya y brasileña. Y cuando aún quedaban rescoldos de las tres copas consecutivas de Zidane y Cristiano, los jóvenes Rodrigo, Vinicius, Valverde o Camavinga salvaron eliminatorias perdidas ante los PSG, City, Liverpool, Chelsea o Bayern. De no verlo, no creerlo, pero sucedió; ahí está la Sala de Trofeos del Bernabeú.

Aunque muy jóvenes, Vinicius, el de más éxito de esa cantera de los jóvenes talentos de ultramar, tenía ya dos copas de Europa y en su bolsillo el Balón de Oro que le negaron las mafias antimadridistas. No ha vuelto a ser el mismo. Tampoco Rodrigo, que nunca ha llegado a ser una estrella, ni Tchouameni, ni Camavinga, por las lesiones, ni Militao y Carvajal, por lo mismo, ni Kroos, que supo irse en el momento justo, ni Nacho, al que se dejó ir, y tanto se le ha echado de menos en una defensa de gaseosa sin gas.

Y así entramos en el capítulo de decisiones o, más bien, indecisiones de la dirección deportiva, que entregó a Ancelotti un equipo flojísimo en defensa, para que el italiano, que ve el vestuario como un escalafón, se negara a probar jóvenes de la cantera para compensar las bajas. Y como prueba el caso de Asencio, al que alineó llorando y acabó siendo el mejor del coladero, de los Lucas Vázquez y demás, había jóvenes para probar, además de Guler y Endrick, a los que tampoco ha querido ni ver. Los errores de planificación deportiva no han sido paliados por el técnico, que repetía, fiasco tras fiasco, que jugaban "los que tenían que jugar, porque son los mejores". No si en el campo, no en el papel, son otros.

Se ha atribuido a Florentino esa política, y es falso, véase el caso Asencio. Otros dicen que se ha centrado demasiado en el Bernabéu. ¿Y eso es reprochable? Cuando se hayan olvidado todos los jugadores de esta década el Templo, como lo llama Ayuso, seguirá ahí. Suerte la del Madrid, que tiene a Florentino, no a un Laporta. Estaríamos sin futbol y sin estadio.

En cuanto a Ancelotti, el mayor responsable de ese suicidio colectivo que parecía concertado, también acabó la temporada harto de ganarlo todo, sin jugar decentemente. Y nunca se puso a forjar un equipo, sólo a evitar que se le alborotaran los jugadores, sobre todo tras la llegada de Mbappé. Pero el segundo día del Ársenal, con casi cuarenta centros laterales y sin nadie para rematar muestra un bloqueo psicológico pasmoso. En técnico y jugadores, porque lo que ha comentado Courtois también lo verían ellos, y fueron incapaces de cambiar, de inventar, de probar algo. Era un equipo sin dirección, ni en el banquillo ni el campo, bajo una especie de hechizo que sólo cabe explicar por derrotar al dragón Guardiola y pasar a la historia.

Cuando se olvide a todas estas estrellas, el nuevo estadio seguirá ahí

El problema con tantas estrellas, algunos demasiado jóvenes, es que perdieron el sentido del sacrificio y, sin el látigo del entrenador, cada uno ha jugado a lo que ha podido o le ha venido mejor en cada partido. Y así hemos deambulado desde el comienzo de la temporada. No se ha ensayado un nuevo centro del campo con jugadores en plantilla como Bellingham y Guler, ni se ha repescado a Miguel Gutiérrez o, para el centro, a Nico Paz. Y si la directiva estaba obsesionada por terminar el estadio sin endeudarse, otra hazaña de Florentino que va más allá de una temporada, el entrenador era el que debía apostar en serio por la cantera, siquiera por las rotaciones. Ha pasado al revés: cuantas más rotaciones necesitaba, más reducía la plantilla, para recurrir siempre a los mismos: Rodrigo, Lucas Vázquez y nueve más.

Temo, como todos los madridistas, una humillación ante el Negreira F.C. Pero ante todo hay que pensar en lo que hemos vivido, en lo exterior de esta década incomparable de Florentino, aún más difícil que las cinco copas de Bernabéu y Di Stéfano, y por haber creado un mito, una leyenda, la del Real Madrid, siempre favorito, aunque parezca muerto. Somos de un club que ha sabido resucitar una y otra y otra vez. Tal vez pasemos algunas temporadas (protestas: no, no) sin ganar otra Champions. Pero nadie podrá esperar con más razones que, el año que viene, volveremos a ganar. Con Florentino al timón, flamante nave y nuevo entrenador, ¿quién lo duda?

Y con todo respeto para los clubes y aficionados que lo merecen:

¡Hala, Madrid!

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