Al hablar de RTVE conviene no engañarse en una cosa fundamental: todos los gobiernos han intentado controlarla de alguna manera, han colocado a periodistas de confianza y han hecho de la televisión pública una correa de transmisión de los mensajes que querían lanzar a la ciudadanía.
A algunos –básicamente los del PSOE– les salía mejor y a otros –sí, claro, los del PP– bastante peor, unos contaban con la colaboración entusiástica de buena parte de la plantilla y otros con el boicot, pero el esfuerzo estaba ahí, las maniobras estaban ahí y los periodistas cercanos estaban ahí, por supuesto con unos sueldos la mar de majos.
Sin embargo, en eso como en todo lo demás Sánchez ha establecido un nuevo estándar: ya no es que quiera controlar la televisión y tener periodistas fieles, es que ha hecho de RTVE una sucursal del gabinete de comunicación de Ferraz. Es algo como lo del fiscal general del Estado: ningún Gobierno eligió jamás a uno que pudiera suponerle un gran problema, pero tampoco se atrevieron nunca con alguien tan servil y esbirro como Álvaro García Ortiz, que si decimos que su sumisión es perruna estamos ofendiendo a los pobres canes.
Volviendo a lo de RTVE: como el sectarismo absoluto es la única virtud profesional que se tiene en cuenta a la hora de elegir los periodistas de la casa, se está formando una plantilla que deja a los Uruk-hai de Saruman como una cuadrilla de amables y dialogantes caballeros de aspecto pulcro y estampa apolínea.
Por supuesto, la cosa es tan exagerada que al espectador medio le cansa, le acaba aburriendo y, en muchos casos yo creo que hasta les da vergüenza ajena, porque además tampoco es que los tipos tengan el talento, para el mal pero talento al cabo, que tiene Ferreras.
Jesús Cintora ha sido la penúltima incorporación a la horda y su éxito está siendo perfectamente descriptible: en un par de semanas se ha quedado con un cuarto de la audiencia del primer día y, lo que probablemente es más humillante, en estos momentos está día sí y día también por debajo de contenidos tan potentes como el documental ese de bichos que ponen en La 2 para acompañar la siesta. Es decir: la gente prefiere las trepidantes aventuras de la culebra torda del Masai Mara y el alimoche de la Anatolia a soportar el programa Malas Lenguas.
Las penas con pan son menos, eso sí, y Cintora y su equipo se están embolsando unas cantidades nada despreciables por hundir la audiencia de la cadena que parecía imposible bajar más: más de dos millones de euros en unos tres meses que supongo que es lo que durarán los 63 programas contratados. Ciertamente: más que con pan, esta pena es con caviar y jamón cinco jotas.
Es la otra cara de estos valientes comunicadores de izquierdas: están dispuestos a dar la cara por las ideas de progreso, pero que menos que empezar por progresar ellos mismos y llevárselo bien crudo, que luchar contra la derechona y los bulos es tarea ardua e ingrata. En eso les doy la razón: lo suyo es tan humillante y vergonzoso que poco dinero me parece por mucho que cobren. Eso sí: también les digo que, como en el caso de Ábalos y sus Jésicas, los vicios te los tienes que pagar con tu dinero y no con el de todos.
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