
Ha caído en mis manos un librito estupendo: Berlusconi o el 68 realizado, del filósofo Mario Perniola (Asti, 1941 / Roma, 2018). En España, lo publicó la editorial Bauplan el año pasado; originalmente, en Italia, vio la luz en 2011, cuando la efervescencia quinceemera, gracias a Mimesis Edizioni. Defendía este filósofo y catedrático de Estética en la Universidad Tor Vergata de Roma que el expresidente del Consejo de Ministros de la República Italiana materializó las propuestas de los pijipiprogres sesentayochistas: "Fin del trabajo y de la familia, desescolarización, destrucción de la universidad, desregulación de la sexualidad, contracultura, descrédito de la experiencia médica y colapso de las estructuras sanitarias, hostilidad hacia las instituciones judiciales consideradas represivas, vitalismo juvenil, triunfo de los medios de comunicación, olvido de la historia y presentismo espontáneo, todo esto ahora se ha hecho realidad". Les suena, ¿verdad?
Especialmente interesante es el capítulo sobre la televisión. El autor expone que quien fuera fundador y presidente de Mediaset, como defendía el movimiento austriaco "Sexpol" hace cosa de un siglo, pretendió arrebatar la educación de los niños a sus padres y entregársela a la sociedad a través de la televisión, que refleja "la forma común de sentir; lo que, para Berlusconi, se ejemplifica en el hombre que al levantarse por la mañana y mirarse en el espejo ve ‘un gilipollas’". Según Perniola, "Berlusconi representa, por tanto, la culminación de un proceso que ha despojado a la televisión de toda tarea educativa e instructiva, transformándola enteramente en un entretenimiento estupefaciente para los espectadores. Es decir, no humilla a aquel ‘gilipollas’, no espera de él ningún esfuerzo mental o psíquico; en cambio, le hace sentir en perfecta armonía con el mundo, que le parece un poco más ‘idiota’ que él".
En estas, irrumpe, incontenible, la metamorfosis acelerada de TVE en un canal de, parafraseando al politruk Jorge Javier, "rojos y maricones". A Sánchez no le interesan ni las bodeguillas de Felipe ni la tribu zejuda de Zapatero, tan terriblemente dividida, con Sabina proclamando que tiene "ojos, oídos y cabeza para ver las cosas que están pasando", o con Miguel Bosé pidiendo la dimisión del líder del Ejecutivo y llamándole "cobarde". Al presidente del Gobierno con menor músculo cultural de la democracia se la trae floja la Cultura con mayúscula y entiende que el peso del presunto mundo de la cultura, o sea, de los seis o siete artistas menguantes, pero eternos, que acuden raudos en cuanto les reclama tal partido o cual sindicato, es ínfimo, por no decir inexistente. Que dan para un sketch estupendo de Juan Carlos Ortega, y punto.
A Sánchez, como a Berlusconi, sólo le rentan sus fieles y feroces savonarolas y, volviendo a Perniola, los hacedores de "entretenimiento estupefaciente". No necesita sabios. Retorciendo, cínico, la máxima de Lope, sabe que "porque como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto". Su gran apuesta vespertina, La familia de la tele, mellizo gafado de Sálvame, no es más que el trasunto televisivo de un menhir de hachís adulterado, amén de un sablazo para los contribuyentes –sólo el desfile de recepción cuesta 500.000 lereles–. El director de TVE, Sergio Calderón, aseguró en la presentación del formato "entretenimiento y servicio público". Con Inés Hernand y Belén Esteban, ajá. El suero de la divinización del poder y la demonización del oponente se inocula mejor después de un buen joint audiovisual. Mientras, cierta derecha política, porque no toda, se indigna, oh, uh, ah. Sucede que, como escribiera Perniola, "para indignarse hay que al menos tener coraje, es decir, paciencia, perseverancia, magnanimidad y magnificencia (Tomás de Aquino dixit). (…) Por tanto, o volvemos a los orígenes, es decir, a las enseñanzas de la antigüedad clásica y cristiana (…) o no hay escapatoria". Como en la Italia de 2011, en la España de 2025 no estamos muy por la labor.
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