
El crimen no tiene justificación. El asesinato de un hombre genuinamente político, alguien que convirtió el diálogo con sus adversarios ideológicos en su único destino vital, me ha recordado con melancolía las certeras palabras de Octavio Paz, en El Ogro filantrópico: "La política limita a un lado con la guerra y a otro con la filosofía". Kirk nunca confundió esos ámbitos. Fue siempre fiel a la política. Nunca traspasó sus fronteras. Siguió con delectación al viejo Aristóteles, quien enseñara a toda la cultura occidental que la política es cosa de hombres, porque son los únicos animales que tienen capacidad de habla. No se ha inventando otra cosa mejor que la política para no matarnos entre nosotros. Y el joven Kirk llevó hasta sus últimas consecuencias a Aristóteles, pues que prefería hablar, comunicarse, o sea entenderse, con el diferente que con el semejante. Todas sus conversaciones estuvieron siempre presididas por el dictum aristotélico: "Demuéstrame, estimado interlocutor, que estoy equivocado". Jamás traspasó las frágiles líneas, los límites reales e imaginarios, entre la política y la guerra, entre la política y las abstracciones conceptuales.
Kirk hacia política, genuina política, hablaba solo para entenderse con los que no compartían sus opiniones. El asesinato de este hombre, pues, no tiene otro significado intelectual que la muerte de la política. Quien de una u otra manera justifica, o sea trata de dar razones, sobre el crimen de Kirk está también matando la política. En España, por desgracia, esta lección, quizá la más dura de los últimos sesenta años, está lejos de haber sido aprendida por los españoles. La practica del acoso, el escrache, la persecución, la extorsión y el crimen de ETA, la organización terrorista más sanguinaria de la UE, ha sido elevada por la mayoría de las fuerzas sedicentemente "políticas" de la izquierda a categoría de "política". La izquierda española, "autoconcediéndose" una supuesta "superioridad moral", ha repartido con toda impunidad carnets de demócrata a cualquier asesino de ETA, e incluso ha llegado a hacer alardes y cantos al terrorismo, como es el caso del delegado del Gobierno en Madrid, que ha considerado que los etarras han hecho más por la democracia que los partidos políticos de la derecha.
Sí, el sanchismo, principal heredero del zapaterismo, no sólo ha cerrado los ojos ante las víctimas del terrorismo, o sea, ha justificado con mil patrañas el crimen, sino que además ha vuelto a matar civilmente a la víctima. Ésta no puede representar nada en el proceso político. Eso es, exactamente, lo que la mayoría de la izquierda española y mundial está intentando hacer con el crimen del joven Charlie Kirk. Después de muerto físicamente, hay que matarlo civilmente. Quien en España justifica el crimen de Kirk, sí, ha traspasado todas las barreras de la política y, por supuesto, deberíamos dudar muy seriamente sobre su capacidad para tener una experiencia moral. El grandioso Octavio Paz tenía razón: quien traspasa los frágiles límites de la política, corre el peligro de ser un colaborador directo del crimen, o hacer mala filosofía, faramalla especulativa propia de "almas bellas".
El asesinato del joven norteamericano Charlie Kirk ha sido justificado de múltiples maneras en la prensa española. Es la prueba fundamental de que nuestros medios de comunicación están muy cerca del crimen y, cada vez más, alejados de la política. Ciento son las columnas que prueban mi afirmación. Una de las más duras, por perversa y resentida, que he leído está en el periódico digital The Objetive. ¡Quien a hierro mata, viene a decir el columnista, a hierro muere! Es lo mejor que se me ocurre decir sobre la pieza titulada La paradoja de Charlie Kirk. La "ideología" de Kirk, idéntica a la de Trump, según el columnista, justificaría el asesinato. Ay, amigos, Octavio Paz tenía tanta razón: malos son los criminales y horrendas las "almas bellas" que los alientan.
