
Yo dejé de ser de izquierdas hace mucho tiempo. Javier Somalo y Mario Noya condensaron el fenómeno de dejar de ser tal cosa en un curioso libro que pedía a gritos un encuentro, reunión o conferencia de los miles que dejaron de serlo en España. No, tampoco todos empezamos a ser de derechas ni muchos lo somos. Derecha e izquierda, en tanto que categorías ideológico-judiciales alegóricas, confunden el mundo, lo tiznan, pero no lo explican. Eso sí, sería bonita y sugerente esa congregación de gente que peleó por algo noble (tal vez ingenuo o simplista) porque, al menos, podría proporcionar alguna luz a la oscuridad de España.
No, no fuimos inocentes. Creíamos que contra la dictadura valía todo y callamos mucho tiempo, demasiado, ante los asesinatos de ETA. Como se demostró después, la ETA no asesinaba contra la dictadura de Franco sino por su dictadura separatista. Muerto Franco, mató más que nunca. Con una Constitución, mejor o peor pero democrática, mató con más facilidad y crueldad que antes. Y lo siguió haciendo desde su condición caníbal hasta que se percató que era más rentable para su dictadura dejar de hacerlo.
Recuerdo que a muchos nos guiaba un alma sin odio. Se trataba de elevar, de promocionar, de levantar, de desalambrar, de dignificar, de aupar a quienes necesitaban visibilidad histórica, económica, social y moral. Incautos puede ser que fuéramos, incluso tontos si se quiere. Pero no malos, no canallas, no odiadores, no verdugos ni sicarios ni ejecutores. No teníamos mucha idea de nada, ni siquiera de la Historia de España ni de su trágica II República, donde las almas negras hicieron su agosto y se apoderaron del relato, del discurso o como se le quiera llamar, hasta 1976.
En un famoso debate, Sartre, pluma al servicio de Stalin durante una horrible eternidad moral, le espetó a Albert Camus que tenía el alma negra por haber dicho que algunos querían una rebelión general y universal, menos contra el Partido Comunista y Estados reales. Camus consideraba a Sartre y sus co-militantes como mentirosos y traidores. Lo curioso es que los que ampararon los manicomios para herejes ideológicos, los gulags y las ejecuciones sumarias en los sótanos de Lubianka, acusaran de alma negra a Camus. Pero hasta ahí llega la infamia moral.
Acaban de asesinar a un señor desconocido para mí hasta hace unos días. Charlie Kirk, un activista estadounidense amigo de las ideas y la persona de Donald J. Trump. Ha sido un asesinato de odio por razón de unas ideas. Lo ha perpetrado un joven "progresista" o de izquierdas con un rifle de precisión. Pero nuestras izquierdas mediáticas y no mediáticas ya lo han catalogado como el crimen contra un fascista y han mascullado un silencio. O sea, que es comprensible y aceptable matar a un "fascista".
La señora que compartió parte de la vida con Sartre, Simone de Beauvoir, dejó escrito que todo pensamiento esencialista es burgués. No hay almas negras, ni carácter judío, ni sabiduría amarilla, ni sensibilidad femenina ni sentido común. Pero ciencia comunista o marxista, eso sí que lo hay. Hay que renobrarlo todo, subvertir todo el lenguaje menos las palabras de los nuevos dioses desde Marx. Eso no.
Pues hoy voy a defender que hay almas negras. Anatema será, pasto de los perfectos, de los correctos del camino. Un alma negra es aquella que es capaz de asesinar a otro por el mero hecho de ser un discrepante, un oponente, un adversario. Un alma negra es la anticivilización, la vuelta a un más atrás de Moisés y sus tablas de la Ley. Matar para ellos, no sólo no es pecado sino que es necesario para que los elegidos impongan su régimen de presunta felicidad a los demás que permitan seguir vivos.
Naturalmente, matar es bueno si matan los suyos y mueren los otros. Pero cuando los otros se defienden y matan a los del lado correcto de la Historia, a los "científicos", a los intérpretes de la necesidad, entonces sí que hay asesinato, crimen, bestialidad y condena. Para mí, que seré esencialista si esa señora quiere, eso es tener un alma negra, sucia, torcida y envenenada. Las almas negras existen: son las que no tiemblan ante el exterminio de los otros, de los que no aceptan ser como ellos, de los señalados por los dedos condenatorios de los "justos".
Han matado a un señor en América. Es propio de las almas negras, se coloquen a la izquierda o a la derecha. Pero, aquí, en España, señoras y señores, esto lo llevamos sufriendo desde hace mucho tiempo. Antes y después de nuestra Guerra Civil. Desde 1976, ETA, la tribu caníbal, y las tribus similares separatistas en Cataluña, han matado a placer a centenares de españoles, han herido a miles, han destrozado el futuro de centenares de miles, pisotean los derechos legítimos de millones.
Almas negras, asquerosas, perversas que han quitado vida, haciendas, derechos, libertades, e ilusiones de la democracia más elemental y que ahora resulta que son socios del gobierno que rige los destinos de España. En el mundo hay gran escándalo por la muerte de ese pobre hombre, Charlie Kirk, que disentía de la progresía norteamericana. Aquí hay un silencio pestilente sobre los asesinatos de estas almas negras tribales que van de héroes sangrientos y condicionan el porvenir de una gran nación.
Pues sí, hay una esencia deducible de su existencia. El alma negra es la que dicta que no debe vivir quién obstruye su dominación, quien molesta a su capricho o voluntad, quien le estorba. Matar al adversario es lo contrario a cualquier civilización que se precie, el desprecio de todo argumento o diálogo, de toda ley de convivencia, de todo derecho humano primordial. Matar es barbarie. Y los que ejecutan, explican, amparan o justifican el crimen son bárbaros. Y lo más salvaje de todo es su doble lenguaje, su porquería moral. En Estados Unidos, Ucrania, China, Irán y aquí.
Y sí, claro que sí, en la izquierda española hay un alma negra que ha hecho que muchos estén dejando de ser y sentirse de izquierda. Abierta la Caja de Pandora de la historia y de su memoria, cada vez más lo harán. Persistentemente. Inevitablemente. Afortunadamente. No para hacerse de derechas, sino para hacerse sencillamente libres.
