
Que en el país de Sánchez, donde no funciona nada, tampoco lo hagan las pulseras contra el maltrato no puede extrañar a nadie. Ya ha explicado la ministra que, a fin de cuentas, no ha sido asesinada ninguna de las mujeres protegidas por las pulseras, que tan mal no funcionarán, si ninguna ha resultado muerta a causa de las disfunciones. Los sustos que se han llevado, el estrés causado por las alarmas falsas, los incumplimientos de las órdenes de alejamiento que quedarán sin castigar son peccata minuta comparado con la evidencia de que todas las protegidas por el sistema han logrado conservarse vivas hasta que se ha descubierto la avería.
Tiene además Ana Redondo razón cuando dice que más culpa tienen la Fiscalía y los jueces, que es a ellos a quienes corresponde vigilar que los aparatos funcionen. A fin de cuentas, el ministerio de Igualdad no está ni para aplicar la ley, que es cosa del Poder Judicial, ni para vigilar que se cumple, que es asunto de Interior y de Justicia mucho más que de ella. Además, Redondo ha cumplido con notable eficacia lo que le encargó el presidente del Gobierno cuando la hizo ministra. Efectivamente ha conseguido mantener tranquilo el frente en el que combatían las feministas de toda la vida contra los trans y las mujeres que lo son sólo porque dicen que lo son. Fue esta guerra, en la que las feministas tienen el apoyo de la derecha, donde el paso de Irene Montero por el ministerio de Igualdad, dejó más bajas. La más notable fue la de Carmen Calvo, que por decir el disparate de que los hombres son hombres y las mujeres, mujeres, acabó en el exilio dorado del Consejo de Estado.
Se acusa a Redondo de incompetente y de no haber sabido resolver un problema que estaba planteado desde hace mucho tiempo. La acusación tendría algún recorrido si fuera ella la única incapaz del Consejo de Ministros. Pero, ineptos son todos, empezando por su mentor, Óscar Puente, y acabando por el propio presidente. A fin de cuentas, los compañeros de Redondo acaban de aprobar un Real Decreto que dice que, en el embargo a Israel, se hará en última instancia lo que diga Sánchez. Para eso, no hace falta ningún decreto ni estar tres semanas mareando la perdiz.
También se acusa a Redondo de falta de capacidad expresiva, pues contesta a la oposición con una sola palabra que repite una y otra vez a voz en grito. Sin embargo, "vergüenza", que es el vocablo en el que apoyó su argumento la ministra, es suficientemente expresivo por sí solo. Y desde luego no es peor que Yolanda Díaz cuando dice de un asunto (precisamente lo de las pulseras) que hay que abrir una "pequeña" investigación, entre otras muchas sandeces, o que Pilar Alegría, que se equivoca hasta cuando lee los argumentos preparados por Diego Rubio para la rueda posterior al Consejo de Ministros.
Y, sin embargo, hay un no sé qué en el aire que parece sugerir que a la pobre Ana Redondo, sin comérselo ni bebérselo, la van a dejar sola en su partido. Ya se lo advirtió Irene Montero cuando le dio posesión, que le deseaba que los amigos de Sánchez no la dejaran sola. Bien es verdad que la propia Montero consideraba un triunfo y no una derrota volver a casa sola y borracha. En cualquier caso, a su sucesora se la ve muy sola aún sin haberse tomado una copa.


