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El restaurante de Pilar Alegría

Pilar, tengo una reserva allí la semana próxima para almorzar, tengamos la bondad de no pisarnos la manguera,

Pilar, tengo una reserva allí la semana próxima para almorzar, tengamos la bondad de no pisarnos la manguera,
Marta Fernández / Europa Press

No sé qué me resulta más embarazoso. Que hayan pillado a Pilar Alegría compartiendo mesa y mantel con un socialista y fontanero sanchista cesado tras denuncias de acoso sexual en su propio partido, o que haya celebrado el almuerzo en mi mesa habitual en uno de mis restaurantes favoritos de Madrid. Mira que hay restaurantes en Madrid y mira que hay mesas en este italiano de la calle Libertad. El lugar tiene la particularidad, todo hay que decirlo, de que se puede comer muy bien por mucho o por poco dinero, que ya imagino que Paco no está para alegrías después del cese.

Demostrando que el mundo es un pañuelo, Alegría eligió el asiento habitual de mi amiga Irene, que dudo que vuelva a querer sentarse allí, y el otro tipo depositó sus dos hemisferios en mi butaca de todas las veces. Tiene el sitio la ventaja de que, estando a dos minutos del Congreso y rodeado de los restaurantes favoritos de sus señorías, es un local amplio y tranquilo, y su gran cristalera ahumada aporta la discreción que necesitamos todos los conspiradores cuando nos sentamos a arreglar el país, y terminamos arreglando solo la carta de vinos.

Pero como nada en el orbe sanchista parece cosa del azar, resulta de toda lógica que la portavoz de este Gobierno haya elegido para sus labores este restaurante y no otro, ya que como muchos sabréis responde al nombre de Propaganda. Es difícil cerrar tan bien el círculo.

Tiempo atrás tenía por costumbre comer de picoteo y vinos, casi siempre apurando algunas letras, frente al Teatro de la Zarzuela, taberna vasca que por estar a escasos metros del Congreso solía rebosar de diputados a la hora del vermú. A los del PNV ni lo veías, porque cuando comen no están para coñas, y se van a la parte de arriba, el verdadero restaurante vasco de mantel y plato serio, y nos dejan los pinchos de chistorra y los vinitos de barra de la taberna para los turistas ocasionales de la cosa culinaria.

Después se afincaron los de Ciudadanos y la moda tenía dos caras: la ventaja, la ocasión de saludar a algunos viejos amigos; el inconveniente, que se manejaban siempre en masa por Cortes, y el griterío de endemoniado decibelio frustraba mi clímax cervantino, y al final terminaba siempre por marcharme con la libreta a otra parte.

En la etapa final de sus días de gloria, se hicieron con las mesas de la vasca taberna los de Podemos, y acto seguido fueron desembarcando en manada sus adláteres, es decir, los liberados sindicales de camiseta colorida variable según la reivindicación, que venían a llenar el depósito de chacolí para aclarar la voz antes de vociferar muy fuerte su derecho a la gamba en Sol. Puedes imaginar que entonces emigré, en defensa propia, y ahora me dejo caer muy de tarde en tarde, asegurándome antes de que no haya diputados sueltos, ni sea hora punta en la Zarzuela, que en mi avanzada sociopatía me he vuelto también alérgico al perfume licorero envejecido sobre piel de visón, cuando la fragancia no encuentra rápida ventilación al exterior.

Menos mal que el Madrid de las barras no hay manera de acabárselo, y ahora cuando quiero disfrutar de lo bello del vivir, me arrimo a la calle Corazón de María a mi nuevo sitio talismán, que un buen amigo regenta ahora allí la taberna de moda entre la gente guapa y aseada, La Taberna de María. Allí un día te ves picando algo con lo más granado de las portadas del Hola de los últimos meses, y otro, en un tardeo de vocación aflamencada, te sorprendentes meneando el bullarengue con un compañero de colegio al que no venías desde 1996. El Madrid imprevisible que nos gusta, porque destrozar agendas es un modo de vida y es el mío.

Sea como sea, hombre de costumbres, cada vez más cabezota con las cosas del comer, seguiré también celebrando mis almuerzos favoritos en el local de la calle Libertad –el homólogo de Jorge Juan creo que está de mudanza-, y haré lo posible para disfrutar de la mesa de siempre, empotrada a la botellería, que a fin de cuentas la carta es extraordinaria y el servicio mejor aún. De hecho, Pilar, tengo una reserva allí la semana próxima para almorzar, tengamos la bondad de no pisarnos la manguera, dicho sea sin alusión velada alguna a la manguera que está pensando tu amigo Salazar.

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