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Los nazis y el pony de Spielmann

El problema es que requiera sesudas interpretaciones, algo que debería frenarse en seco por el bien de una Europa al borde del colapso.

El problema es que requiera sesudas interpretaciones, algo que debería frenarse en seco por el bien de una Europa al borde del colapso.
Dean Spielmann en un acto del Tribunal Europeo de DDHH. | Flickr/CC/CCBE Europe

Dean Spielmann avala el supremacismo. Hoy, el catalán; mañana le tocará al vasco. Y lo que venga.

Los matices incluidos en el dictamen elaborado por el abogado general del Tribunal de Justicia Europeo (TJUE) no rebajan la gravedad del hecho: una vez más Europa abre paso al totalitarismo sin levantarse del sofá, esclerotizada, hundida en sus normas estériles y su mórbida burocracia, parasitada por un infinito funcionariado que genera dietas hasta por respirar.

Ese tal Dean Spielmann, un luxemburgués de educación católica que ya abrió la celda de más de medio centenar de etarras, en su calidad de abogado general del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), dice que el golpe de Estado de octubre de 2017 es perfectamente amnistiable en algunos de sus términos. El problema es que requiera sesudas interpretaciones, algo que debería frenarse en seco por el bien de una Europa al borde del colapso.

Su dictamen no es vinculante como casi todo en Europa cuando se trata de defenderse. ¡Pero vaya si lo es! Este sujeto se acaba de vincular a la peor lacra que azota a Europa desde hace más de un siglo. Europa está vinculada a su desaparición. No será por falta de intentos.

Los paños calientes intentan tranquilizar los ánimos con el argumento de que el dictamen, en realidad, en mucho más duro de lo que parece, pero que el Gobierno ha aplaudido a toda prisa para generar, siquiera artificialmente, un punto a su favor. Estupendo, pero ¿por qué hay que confiar siempre en una segunda interpretación, en un rebote del destino, en un defecto de forma o en los vericuetos aranzadianos cuando nos han dado un golpe de Estado en toda la cara? Europa nunca toma nota de las amenazas, las alienta por una exasperante incomparecencia.

Los nacionalismos catalán y vasco son independentistas, supremacistas, racistas y expansionistas. Los denominados Països Catalans y Euskal Herria son su meta, su espacio vital, el Lebensraum de la Gran Alemania de Hitler, sin demasiados matices. Los que no sean puros irán fuera, ya han ido fuera. Es muy sencillo de entender hasta para un funcionario europeo educado en Lovaina y Cambridge.

Además, los nacionalismos son violentos, como lo demuestra el hecho de que la máxima expresión de acción de ambos, catalán y vasco, han sido bandas terroristas de corte marxista. ETA se llevó por delante muchas más vidas que Terra Lliure, pero la sangre se rentabilizó de sobra en Cataluña como bien denunció Albert Boadella y demostró Carod Rovira al pedir a la banda vasca que matara extramuros. Pero la violencia supremacista catalana existió, mató, secuestró y asomó en el golpe de Estado en plena forma. ¿Cómo hay que explicar tamaña evidencia? ¿Tendrán que amenazar a algún pony de Spielmann?

Que nadie olvide los coches de la Guardia Civil desarmados y vandalizados por turbas y usados como improvisada tarima para arengas de megáfono. Hubo violencia y persecución. Todo encajaba perfectamente en la figura de la "rebelión", pese a los complejos supremos de un juicio que acabó antes de tiempo, mientras el golpe seguía vivo, gran error.

Y ahí estará siempre esa violencia para cuando haga falta, como aviso. Porque en eso precisamente, consiste el terrorismo. Por eso, por el miedo a ser "el siguiente", huyeron del País Vasco 200.000 personas. Y por lo mismo, por miedo y por acoso, se han ido de Cataluña más de 400.000 personas desde 2017. Por acoso al comercio que sólo podía rotular en catalán, al niño que no podía hablar español en el colegio o al médico al que le contaba más un nivel de catalán que diez años de carrera. Más de medio millón de víctimas del nacionalismo. ¿Lo sabe el de la católica de Lovaina?

No, no hay riesgo de despoblación: entra a chorro la inmigración ilegal que hace su arquímedes particular siempre a favor del separatismo, o sea del caos. Ya los eliminarán de alguna forma cuando molesten más de la cuenta. Igual que se eliminarán entre ellos cuando empiecen a pudrirse en sus repúblicas independientes. ¿O alguien piensa que entre Bildu y el PNV o entre Junts y ERC o Alianza se van a perdonar la vida? Y Europa, tan feliz como asediada.

Según el nada vinculante Spielmann, la Ley de amnistía sanchista no incumple preceptos europeos en malversación y terrorismo. Pero él no se mete en nuestras cosas, es que Europa es así de molesta, de cizañera. Spielmann deja claro que su documentadísimo dictamen ni pincha ni corta sobre la constitucionalidad de la Ley española de amnistía, pero se le ocurre que dicha ley se elaboró "en un contexto real de reconciliación política y social". ¿De dónde demonios extrae esa premisa? El docto luxemburgués se atreve a evocar la figura de la amnistía desde la antigua Grecia hasta nuestros días pasando por sus compatriotas colaboracionistas con el nazismo. Buen ejemplo. Le falta confesar dónde se ha documentado para percibir ese indubitado contexto de reconciliación en España respecto al golpe en Cataluña. Vinculante no, pero insultante hasta la náusea.

Con Pedro Sánchez, el que prometió traer a Puigdemont ante la Justicia –¿será como ministro?– se hizo desaparecer el delito de sedición y empezó la legalización del golpe de Estado en Cataluña que lo llevó a él al Poder en Madrid. Hoy ese golpe es el régimen vigente. Es mentira que Sánchez esté secuestrado por los golpistas. Lo estamos los demás. Y Europa es cómplice.

El nacionalismo supremacista, que no es un toro ni se le parece, rapta a Europa sin oposición, sin memoria. No importa el apellido: vasco, catalán, corso, flamenco, nazi o el islamista que sabrá aprovecharse de cada uno de ellos… Aunque marchen con antorchas, todos serán bienvenidos.

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