
El hundimiento del PSOE en las elecciones de Extremadura es un aviso que ríete tú de los negros vaticinios de los agoreros del desastre. Para apreciar su magnitud sólo hace falta echar un vistazo al historial electoral de la región, y hacer comparaciones. En otro tiempo, el partido se tomaría un aviso así muy en serio. En éste, decididamente no. Más aún. Podemos estar seguros de que el dirigente del partido y presidente del Gobierno no va a oír ningún aviso ni va a ver motivo de alarma, aunque no por lo que dicen las voces de los cortesanos. Esta gente habla incluso antes de que lo haga el jefe, porque ya se sabe qué hay que decir en estos casos. Hay que cargar la derrota sobre los débiles hombros del candidato y sobre la poca cabeza de la federación extremeña, y eliminar de la narración cualquier referencia al vínculo instrumental entre Gallardo y los Sánchez.
El máximo dirigente del partido no va a oír el aviso que dejan estas elecciones, porque un siniestro total del PSOE con un Vox en alza no representa, en su esquema, un desastre. Al revés, señala el camino. Quiere llegar a las generales con los de Abascal crecidos y los de Feijóo, supeditados. La fórmula a la que atribuye poderes para ganar en la izquierda consiste en poner en cartel a una derecha súper mala dependiendo de otra peor, y dejar que el miedo irracional haga su trabajo. Con algo de ayuda, claro. La receta tiene el problema de que puede funcionar en unas generales, como ya pasó, pero falla cual escopeta de feria en las otras escalas. Y cuando falla, adiós, muchachos. El partido regional o local se hunde en fosas profundas, se queda sin oxígeno presupuestario y acaba por vivir solamente de la nostalgia. Una situación terrible, no hay duda, pero que lejos de reconocerse como un desastre, se acepta, desde los grandes designios del otro, como un coste que hay que asumir, un mal necesario.
Peor todavía. Porque cuánto más se hunde el partido en estos territorios y aquellas provincias, más dependen todos de que Sánchez mantenga el Gobierno de España. Es el comedero que queda, cuando se pierden las demás fuentes de poder y de financiación. Y esa perspectiva de pérdidas, en lugar de levantar en armas a los que antes llamaban barones y a los jefes del partido de aquí y de allá, resulta que los amansa. Los que quieren sobrevivir la travesía del desierto se arriman al único que puede repartir agua, comida y gasolina. Toda esa gente del partido que ha sido y será perjudicada, quiere creer en la magia de Sánchez y cree en su estrategia temeraria y destructiva, porque ya no hay otra. No hay camino de vuelta. Esto es lo que harán, porque lo han hecho. Es lo que están haciendo. Desde hace dos años, sin entusiasmo, pero obedientes. Nadie le hará escuchar el aviso a un Sánchez que ha plantado residencia en un mundo fabuloso donde una derrota catastrófica es señal de que se están dando las mejores condiciones para una victoria. No van a bajarlo de la nube y su fórmula maravillosa dejará, en autonómicas y las que se tercien, un reguero de cadáveres. Los que hagan falta. Qué importan los daños colaterales cuando se trata de retener la joya de la corona.
