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Agapito Maestre

¿Cómo detener la deriva totalitaria?

Nadie quiere hacerse cargo de lo obvio: la democracia está moribunda. Ahí reside la tragedia de España.

Nadie quiere hacerse cargo de lo obvio: la democracia está moribunda. Ahí reside la tragedia de España.
La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

La ruina económica y social a la que nos han llevado el aventurero Sánchez apenas será nada comparada con el destrozo político e institucional provocado por su propio Gobierno. La democracia es ya solo un nombre para ocultar su imparable decadencia. Ámbitos esenciales de la vida democrática, como la tramitación y aprobación de leyes, han desaparecido por la acción autoritaria del Gobierno; y, por supuesto, la autolimitación en el ejercicio del poder, condición básica de toda democracia, jamás ha existido en un presidente del Gobierno que empeñó para siempre su palabra al conformar un gobierno con fuerzas políticas que él mismo había despreciado por falta de legitimidad democrática en su campaña electoral.

Pero todo eso es muy sabido. Ahora el asunto es otro: o reconocemos la deriva totalitaria de nuestra endeble democracia o ninguno de los problemas de España tendrá solución. El primer paso, pues, para detener la deriva totalitaria de la democracia es señalar su actual decadencia. Ésta es la gran cuestión a debate. Nadie quiere hacerse cargo de lo obvio: la democracia está moribunda. Ahí reside la tragedia de España. La "democracia" aquí y ahora es solo una tapadera para ocultar los rasgos totalitarios de su Gobierno. Esta cuestión tiene muchas formulaciones y planteamientos, pero todas llevan a negar esta deriva autoritaria que se extiende desde las esfera política hasta la judicial, pasando por el ámbito del conocimiento y el saber. El sistema político, económico y social, perfectamente pastoreado por el Gobierno, ha inoculado en la población un terrible virus, a saber, España vive en una democracia plena, segura y garantizada. He ahí una convicción falsa. Surgida de un juicio provisional, de una racionalización coyuntural, en fin, de un prejuicio, parece que nadie del común de los españoles, y menos de la casta política en el Congreso de los Diputados, está dispuesto a enjuiciar críticamente esa falsedad.

Al contrario, se diría que esa falsa "convicción" crece y crece hasta volverse "pétrea". El prejuicio es coincidente con el mensaje autoritario del Ejecutivo: vivimos en una democracia y el Gobierno es su primer defensor. Millones de individuos mantienen el prejuicio.Y si alguien trata de demostrarles su error, ellos eludirán esa realidad dolorosa y humillante. Más aún, si atisban que nadie es capaz de detener esta deriva totalitaria, ni siquiera los llamados a plantarle cara al Jefe del desaguisado totalitario (digamos la gente del PP y VOX), la cosa se les hará aún más humillante y gritarán con la cólera del español sentado: esto es una democracia. Pobres. Esta población es el principal sustento, como sabía Freud mejor que nosotros, de los gobiernos autoritarios. El terrible prejuicio de que vivimos en una sociedad democrática simplifica de manera artera y demoniaca la resolución del conflicto entre los ciudadanos y el poder del autócrata.

Pero España, se pongan como se pongan los profesionales de secuestrar la soberanía popular, principales colaboradores del gobierno autoritario de Sánchez, no vive instalada en una democracia. Esta verdad es lo que no soporta la mayoría de la ciudadania. Esto es, exactamente, lo que es urgente explicar. Hemos de atrevernos a enfrentar el problema sin confundir las causas con los efectos. En otras palabras, grave es que el gobierno de Sánchez proceda y actúe de modo autoritario, pero son más perversas las diferentes maneras de ocultar la deriva totalitaria del entero sistema político español. Y para resolver este asunto, como para echar a Sánchez de La Moncloa, se requiere, en primer lugar, algo más que razones y argumentos, se necesita voluntad y atrevimiento para querer salir de este lodazal de ruina y miseria democrática. O reconocemos que esto es una democracia al borde del abismo o nos entregamos al gran engaño, a la gran simulación de los políticos profesionales sin profesiones reconocidas, de que pronto habrá elecciones democráticas y la cosa se arreglará. Falso. Sin duda alguna, los resultados de unas elecciones pueden aclarar el panorama político. Pero, hoy, nadie en su sano juicio puede asegurarnos que estas llegarán pronto y en condiciones normales, entre otros argumentos, porque nadie puede fiarse de un gobierno que ha hecho del engaño y la mentira su principal seña de identidad. Es menester forzar elecciones anticipadas antes de que se caiga por completo el aleve Estado de derecho que mantiene en vilo el sistema.

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