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Amando de Miguel

Algunas cosas buenas de España

La vida de relación social en España resulta muy aceptable, si no fuera por la estructura oligárquica y despótica de los que mandan.

No me refiero a los churros o al vinillo, ni siquiera al placer de las tertulias. Hay más instituciones y usos para sentirse a gusto en España. Reconozco que soy bastante crítico de la vida pública de mi país. Es casi una deformación profesional. Mis apreciaciones pueden pecar de injustas, al centrar la atención en la política, y no en el conjunto de la vida social.

Una actitud desengañada y crítica de la actual conducta del Gobierno español es la de pasar por alto muchas cosas buenas de la vida española. No es justa tal ocultación. No extrañará concluir que se trata del Gobierno más inepto de no sé cuántas generaciones.

Los españoles forman una sociedad muy pacífica, en contra de la tradición secular. Es escaso el monto de los delitos contra las personas, incluyendo los asesinatos de las mujeres por sus respectivas parejas masculinas. Sucede, además, que muchos de tales uxoricidios los comenten extranjeros poco integrados en España. (Es algo que no se reconoce por el temor de ser acusados de xenofobia). Las acciones terroristas son, ahora, muy raras. El resultado de ese perfil incruento no ha sido así en el pasado, lo que revela, por este lado, la marcha hacia una sociedad más integrada. La política no nos deja ver esa realidad más profunda.

A pesar del Gobierno, España cuenta con un plantel muy capaz de profesionales y altos funcionarios. Ahí reside el hecho de que el Estado funcione mucho mejor que lo que se deduce de su dirección política.

Dentro de los límites que supone una economía ancilar o dependiente de otras más avanzadas, existe un empresariado español muy moderno e innovador. Esta es la clave para entender la especial resistencia a las coyunturas adversas, que demuestra la economía española. A diferencia de lo que ocurría en épocas pasadas, el grueso del moderno empresariado actual se localiza en Madrid. Por primera vez en la historia, esa provincia se constituye en el motor económico de España.

Quizá, lo más positivo, en el ritmo de la vida española, reside en el hecho de que las relaciones sociales cotidianas son, extraordinariamente, afectivas. El culto a los amigos constituye la verdadera religión civil de los españoles actuales. Supera, incluso, a la tradicional centralidad de la familia, al menos, por comparación con otras sociedades cercanas, por ejemplo, las angloparlantes.

Contrariamente al estereotipo de la xenofobia, los españoles suelen acoger bastante bien a los extranjeros, sobre todo a los que comparten ciertos rasgos culturales con los autóctonos, como los hispanoamericanos.

Cierto es que la corrupción se muestra en todos los partidos que han gobernado, y eso que solo aflora una parte de esa realidad de la utilización interesada de los bienes públicos. Pero, como contraste, justo es reconocer que sobresalen muchos altos funcionarios, diputados y senadores o equivalentes, que se esfuerzan, honradamente, por una sociedad más equitativa. Se debe recordar que las elecciones en España se desarrollan con notable limpieza y una alta participación. Llama la atención el despliegue de los policías en los colegios electorales; realmente, no hacen ninguna falta. Los escrutinios de las mesas electorales se suelen celebrar con un tono de buena inteligencia entre los representantes de los distintos partidos. Desde luego, ya podían aprender de nosotros los políticos de los Estados Unidos en la misma circunstancia de los comicios. ¡Quien lo iba a decir!

Por lo que respecta a los sindicatos, aunque, tradicionalmente, controlados por los partidos de la izquierda, muestran una disposición colaboradora. Todo ello contrasta con un pasado secular de agrios conflictos.

La vida cotidiana de los españoles se presenta muy extravertida, con un peso notable de las actividades de ocio. De ahí, lo arduo que resulta el confinamiento, entre otras limitaciones de la movilidad, como consecuencia de la reciente pandemia del virus chino, ahora, en su versión de la cepa británica.

Los españoles ocupados muestran un notable “espíritu de superación” en sus tareas, muy por encima de lo que haría esperar la tradición de una economía con ciertos restos señoriales y de hidalguía.

Bien es verdad que abundan los casos de “familias desestructuradas” y de marginación en todos los sentidos, pero no más que en los países vecinos. Quizá, sea un coste invisible de la sociedad industrial, en la que nos hemos introducido, aunque haya sido tardíamente.

En síntesis, la vida de relación social en España resulta muy aceptable, si no fuera por la estructura oligárquica y despótica de los que mandan. Resuena el verso del Mío Cid: “¡Dios, qué buen vasallo/ si oviesse buen señor!”.

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