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Amando de Miguel

Cataluña escindida

Quién lo iba a decir, la Cataluña dulce de toda la vida aparece ahora maltrecha, partida en dos.

Quién lo iba a decir, la Cataluña dulce de toda la vida aparece ahora maltrecha, partida en dos.

Quién lo iba a decir, la Cataluña dulce de toda la vida aparece ahora maltrecha, partida por gala en dos. César escribiría ahora: "Omnia Catalonia divisa est in partes duas". La mitad de la población que representa la autoctonía quiere ser republicana, más que nada porque el resto de España se organiza en la forma monárquica. Esa mitad que pretende ser indígena necesita manifestarse como antiespañola. El problema es que está también la otra mitad doliente de los catalanes que, por serlo, se saben españoles. La división de los catalanes alcanza visos de esquizofrenia.

La confrontación es ante todo política. En la Cataluña contemporánea siempre han mandado los mismos, los de la ceba, la casta que se considera descendiente de los layetanos y otros aborígenes. Cuando no hay más remedio, se ve enriquecida con el aporte de la sangre rufianesca y charnega. Ya se sabe que el renegado suele ser fanático. Lo malo es que la última manifestación de la oligarquía nacionalista es que ha pasado a ser una verdadera cleptocracia, a partir de un modesto 3% a interés compuesto. El resultado es que la vida pública catalana ha supuesto un coste económico altísimo para la población. La cosa es que encima quieren más autogobierno. Es el final de Cataluña como la locomotora del desarrollo económico español, que antaño se decía.

La penosa realidad es que en la vida pública de Cataluña ya no se aceptan símbolos españoles, sean la bandera o la lengua. Los cuales sí se exhiben particularmente en la mitad sojuzgada de la población. Por otra parte, el sistema de enseñanza obligatoria considera el español como una lengua extranjera. Claro que en la vida corriente el castellano se impone al catalán por la fuerza de los hechos. Al final, la realidad suele vengarse de la ideología.

En estas que se plantean las elecciones catalanas más reñidas de la historia. Tanto es así que la afluencia de votantes va a ser máxima. Aquí la esquizofrenia es ostentosa. El electorado se divide mitad por mitad entre independentistas y españolistas. Es imposible que se pueda formar un Gobierno coherente y estable. Aunque parezca mentira, descollarán los partidos dispuestos a la ruptura republicana, disfrazada de "más autogobierno". Pero ¿no quedamos en que eso era un delito? Claro que en la Cataluña cuántica las cosas son y no son al mismo tiempo.

Con independencia de (ahora se dice "más allá de") los aspectos estrictamente políticos, la realidad bifronte se expresa también en la vida particular. Hay cientos de miles de familias con parientes indígenas y otros venidos de fuera. La esquizofrenia se va a visualizar en la próxima comida familiar del día de San Esteban. La única salida es que en esas entrañables reuniones familiares se prohíba terminantemente hablar de política. Difícil empeño en unos días en los se va a dilucidar quién va a gobernar en Cataluña. Gobernar hoy es sobre todo conceder una ristra interminable de favores, ayudas, licencias y subvenciones a los amigos, parientes y correligionarios. De ahí que la contienda política sea hoy una especie de lucha por la supervivencia.

El esquema anterior presenta una falla lógica. ¿No quedamos en que la gran distinción política es entre la izquierda y la derecha? No en Cataluña. Donde la izquierda tiene que mostrarse como independentista (antes nacionalista), si quiere medrar. Lo cual es un contrasentido, uno más. La razón es muy sencilla: en todas partes los nacionalismos tienden a ser racistas, algo incompatible con el ideal igualitario de la izquierda. Pero en Cataluña todo es diferente. La panoplia de partidos políticos no se corresponde con la que rige en las democracias avanzadas.

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