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Amando de Miguel

La Palma debe ser evacuada

Debe suponer un plan estudiado para que los damnificados puedan alojarse en otra isla canaria, a los que se provea del equivalente del capital perdido

Debe suponer un plan estudiado para que los damnificados puedan alojarse en otra isla canaria, a los que se provea del equivalente del capital perdido
El avance de una de las coladas de lava del volcán Cumbre Vieja. | Cordon Press

Es tan asombroso como detestable el empeño del Gobierno y sus terminales medianeras para ocultar la gravedad del desastre telúrico de La Palma. Es cierto que no ha habido víctimas mortales. Sin embargo, la contaminación ambiental y la destrucción física de edificios, carreteras y predios hacen inviable el restablecimiento de la vida, al menos en una parte de la isla bonita.

La esmeradísima ocultación de la realidad del desastre del volcán Cumbre Vieja responde a un rasgo típico de los regímenes autoritarios. En este caso, se ha llegado a la siguiente vergüenza periodística. El corresponsal de la tele transmitía con palabras lo que estaba pasando a sus espaldas. Ese ardid servía para hurtar las imágenes que el espectador estaba esperando. En otro caso, el periodista, provisto de gafas protectoras y mascarilla, concluía que la calidad del aire era buena o que se estaba midiendo. Lo que, a pesar de todo, se hace patente es que no se va a poder recuperar la actividad agraria o turística de la zona suroccidental de la isla, bastante poblada.

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La ausencia informativa más notable, escandalosa, es otra. Se le ha silenciado a la opinión el hecho de que en la cúspide más alta de la isla se aloja uno de los observatorios astronómicos más adelantados del mundo. ¿Cómo no vamos a pensar que, por lo menos, se han tenido que interrumpir los trabajos científicos del Roque de los Muchachos? Se habría requerido una información periodística constante sobre el asunto. En su lugar, se alza una especie de secreto de "inteligencia militar" sobre esta cuestión. Contrasta esa desidia con la tesis oficial de que la ciencia es un objetivo prioritario de este Gobierno. Se recuerda el famoso "comité de expertos" en la lucha contra la pandemia del virus chino. Enseguida se vio que el tal organismo, simplemente, no existió.

Lo más grave, por su alcance humano, es que no se haya decidido evacuar, como Dios manda, a una parte de la población de La Palma, la más directamente afectada por la lava y los gases. En su lugar, se ha difundido la esperanza de que los afectados van a poder volver a las condiciones anteriores al desastre. Pero eso es imposible. Aun trasladando la montaña de lava fría al mar (una operación ciclópea), el terreno quedaría inservible para la actividad agraria o la turística. Por otra parte, nadie asegura que no pueda haber más erupciones de Cumbre Vieja ni, tampoco, de los picos más elevados, donde se sitúan las instalaciones del observatorio astronómico.

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Cuando hablo de evacuación no me refiero a aconsejar que las familias afectadas abandonen sus casas y vayan a refugiarse con amigos, en hoteles o en hogares colectivos y provisionales. La evacuación debe suponer un plan estudiado para que los damnificados puedan alojarse en otra isla canaria, a los que se provea del equivalente del capital perdido (casas, huertos, cultivos, etc.). Hay que tener previsto, incluso, que el traslado tenga que afectar al censo entero de la isla. Si el Gobierno no hubiera pensado en estos planes, debería dimitir.

Comprendo que podría ser costosísima la traslación del observatorio astronómico a otra cumbre de una isla vecina. Tampoco es tarea fácil que la población desplazada vaya a quedar satisfecha en su nueva localización. Todo ello requeriría, para empezar, una gigantesca ayuda económica (algunos miles de millones de euros) por parte del Gobierno de España y de la Unión Europea. De momento, no se ve por ningún lado. Cada vez que pase más tiempo sin tomar las medidas apuntadas, la situación se hará más grave. Mientras tanto, el volcán sigue rugiendo y vomitando lava, cenizas y gases tóxicos. La idea oficial es que la contaminación se irá diluyendo en el océano, a favor de los vientos alisios. Se trata de una expectativa tan ingenua como falaz. De nuevo, la táctica de la propaganda ha triunfado sobre la información. Lo triste es que, esta vez, haya supuesto tanta desgracia.

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