Menú
Amando de Miguel

Los enigmas del empleo

Una gran parte de las personas ocupadas y paradas debería incorporarse al estudiantado en tiempo parcial para mejorar sus conocimientos.

Mes tras mes, durante los últimos años, nos asalta el goteo de las estadísticas sobre ocupación y paro. La población activa española acumula unas insoportables tasas de desempleo y de "malempleo" (trabajadores a disgusto). No vale el truco administrativo de considerar que muchos parados son "ertes" o que, de todas formas, se amplía el número de ocupados. Una proporción muy alta de los nuevos empleos podría considerarse como subalternos. Es tal la fijeza de estas tendencias, que no se sabe bien qué puede hacer el Ministerio de Trabajo para remediarlas.

Nos encontramos ante un sólido hecho estructural, que ninguna política, de las previsibles, puede alterar. Hace un par de generaciones, la economía española dio el paso exitoso de pasar de una estructura agraria, muy poco productiva, a otra fabril y turística, mucho más rentable. Seguimos en ella, sin muchas ganas de seguir avanzando. Lo que, en su día, fue la llave del "desarrollo", hoy, agotadas sus posibilidades, se convierte en un factor de estancamiento. El grueso de los empleos actuales pertenece a la hostelería y los servicios públicos. Sencillamente, el potencial productivo de los españoles ha llegado a un tope en esa estructura. La crisis de la hostelería, por efecto de la pandemia, es, solo, un aviso.

La conclusión es que el potencial productivo de los españoles es, razonablemente, alto, pero, no puede expandirse mucho. Para ello, haría falta un sistema de enseñanza bastante más eficiente. El cual no puede mejorar porque, tampoco, se demandan muchos empleos de alta calificación. La "digitalización" de algunas actividades económicas no necesita muchos más empresarios o trabajadores por cuenta ajena.

El saldo migratorio exterior, tampoco, ayuda en la dirección deseada. Recibimos muchos inmigrantes poco instruidos, que refuerzan, malamente, la economía de servicios personales, por ejemplo, cuidando de los viejos. Por otra parte, se produce una sangría de profesionales con carrera, que encuentran mejor acomodo en otros países avanzados. El saldo no puede ser más perjudicial para la economía española. No se nota demasiado, porque, como queda dicho, el potencial productivo de los españoles, que siguen en el país, es el suficiente para seguir manteniendo un nivel de producción, más o menos, constante. Parte de tal constancia es que haya que cargar con una cantidad desproporcionada de parados, realmente, "incolocables". El único consuelo es que la turba de "malempleados" exige la provisión de unas bien dotadas oficinas de empleo, es decir, un indicador del exceso de funcionarios.

La mejor forma de alterar, para bien, el equilibrio descrito es pasar a una economía que no dependa tanto de la hostelería, de las empresas-madre extranjeras y de los servicios públicos.

El problema es que una transformación tan radical no la desea casi nadie, porque exige demasiados sacrificios y un derroche de imaginación. Por ejemplo, sería necesario configurar un sistema de enseñanza (mal llamado de "educación"), basado en una mentalidad de ética del esfuerzo. El objetivo inmediato habría de ser una continua mejora profesional de los activos. De modo práctico, una gran parte de las personas ocupadas y paradas debería incorporarse al estudiantado en tiempo parcial para mejorar sus conocimientos. Solo, así, sería, socialmente, rentable que se alargara la edad de jubilación forzosa, contando, siempre, con el adecuado nivel de salud individual. Naturalmente, todos esos cambios exigen una reducción de la jornada laboral a menos de 30 horas semanales.

En síntesis, el foco hay que ponerlo en el potencial productivo de la población española; toda ella, la discente, la empleada, la parada y la jubilada. Sería conveniente reunir en un solo departamento ministerial el conjunto de tres Ministerios actuales: Educación, Universidades y Trabajo. Me temo que el tirano Sánchez no esté por la labor. De modo general, sería bueno que la Administración Pública redujera todo lo posible el número de funcionarios, locales, regionales y nacionales; en especial la categoría de "asesores" o similares. Por lo mismo, habría que impulsar la inmigración extranjera de personas muy calificadas, desde luego, siempre, de forma legal.

Las propuestas anteriores son tan necesarias, que las creo, casi, imposibles, al menos, en el término de una generación. Tómense, pues, como cogitaciones vanas de un valetudinario.

En España

    0
    comentarios