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Amando de Miguel

No son oro todas las opiniones que relucen

El público necesita distinguir muy bien la información de la opinión.

Parto de un hecho sorprendente que no sé explicar muy bien: ¿por qué apetece tanto dedicarse a la política, cuando todos se quejan de que el trabajo de partido o el cargo público les quitan tiempo para estar con la familia? Puede ser que en un puesto público es más probable que uno sea sujeto de noticias, comentarios, críticas, bromas. Todo eso satisface mucho. En esta vida lo que tantos buscan es reconocimiento. Eso es lo que proporcionan los medios de comunicación, para bien y para mal.

En las páginas, secciones o programas de opinión muchas veces nos encontramos con el hecho de una persona en un puesto público que da su opinión. Lo suele realizar muchas veces en forma de entrevista. En realidad, lo que hace es una declaración. La diferencia está en que las opiniones son siempre individuales, libres y hasta erráticas, pero las declaraciones se hallan pautadas. En definitiva, los políticos y equivalentes no tienen más remedio que decir lo que dicen. Eso hace que sus opiniones sean normalmente tan tediosas. No solo los hombres públicos. Hay personas, aparentemente independientes, que escriben o peroran al dictado de un partido político o un grupo de interés, con frecuencia de forma oculta. En esos casos (que yo llamo hoplitas para dignificarlos un poco) sus opiniones se parecen más bien a declaraciones. La clave está en que sus juicios se superponen a sus deseos. Se comprende ahora que las páginas, secciones o programas de opinión generen tanto aburrimiento. Son mis favoritas; por eso me preocupa tanto lo que digo.

Según el razonamiento anterior, no debe extrañarnos el hecho repetido de que en las encuestas los políticos todos merezcan unas evaluaciones tan bajas. Mi consejo para mejorar esas calificaciones: procuren que, al hablar para el público, quede bien claro que sus palabras son declaraciones, no opiniones. Sobre todo, en las tertulias de la radio o la tele, da grima oír (y no escuchar) a los políticos o a los hoplitas, a pesar de que se encuentren algunas honrosas excepciones. Se agradece la opinión de los independientes o expertos, los que han estudiado y tienen algo que decir. Son mis modelos. Que conste que las declaraciones de los hombres públicos (de acuerdo, también de las mujeres públicas) pueden resultar muy atractivas, siempre que no quieran usurpar el papel de periodistas, comentaristas o expertos. Otra condición es que no parezca que las leen o las traen aprendidas de memoria.

Quizá sea muy sutil la diferencia entre declaraciones y opiniones. Propongo un criterio sencillo para distinguir los dos géneros. La persona que declara algo, aunque lo disimule bajo la forma de opinión, trata de convencernos de que ella o su partido o grupo lo está haciendo muy bien. El intento más corriente es hacernos creer que sus esfuerzos van en la dirección del "interés general" (antes se decía "bien común"). En cambio, la persona que expresa una opinión no trata propiamente de convencernos sino de hacernos pensar. Ya sabe que lo suyo no es el interés general. ¿Que todavía la distinción no queda clara? Propongo un criterio más. Después de exponerse uno a opiniones bien armadas, nota que ha aprendido algo. Después de someterse a las reiteradas declaraciones de los políticos o los hoplitas, concluye que ha perdido el tiempo.

No quiero decir que deban desaparecer las declaraciones de los políticos en los medios. Antes bien, resultan imprescindibles para poder enterarse de la cosa pública. Pero, por favor, que no se disfracen de opiniones. Por lo mismo, el público necesita distinguir muy bien la información de la opinión.

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