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Amando de Miguel

Religión y política, lo que no se dice

Hay un estrato de españoles que se sienten conformes con la tradición católica, frente a otro que la ignora o la denigra.

La vida española de la época contemporánea se ha organizado con diversas fórmulas, sean efímeras (repúblicas, dictadura de Primo de Rivera) o duraderas (Restauración, franquismo, Transición). En todas ellas ha funcionado, mal que bien, una división fundamental entre las derechas y las izquierdas, que más o menos traduce la que se ha dado en otros países occidentales. No obstante, hay algo peculiar en el caso español. La distinción derechas-izquierdas no se ha apoyado tanto en la ideología que acompaña a la posición social (capitalistas y obreros, ricos y pobres, etc.) como en un factor en principio exógeno. Me refiero al sentimiento religioso. No es tanto la confesionalidad religiosa, pues a efectos prácticos en España solo ha estado vigente el catolicismo. Tampoco es relevante la contraposición entre practicantes y no practicantes dentro de la religión católica. Es algo más difuso, pero real: simplemente, hay un estrato de españoles que se sienten conformes con la tradición católica, frente a otro que la ignora o la denigra. La clave está en respetar o no el sentimiento católico, que ha sido el mayoritario de la población, si bien en muchas ocasiones no haya pasado de una mera formalidad.

La distinción que digo ha estado más clara en el pasado cercano (digamos desde hace siglo y medio). Pero lo llamativo es que sigue funcionando en nuestros días, aunque sea de una manera tácita.

Puede parecer prepóstero, pero un español de izquierdas es todavía alguien que rechaza o incluso menosprecia el sentimiento religioso (católico) de una gran parte de sus conciudadanos. Está menos claro, pero también funciona, el otro polo: un español de derechas es un individuo que tiende a respetar la religiosidad basal del ambiente. Hay excepciones. La reciente consejera de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación (ahí es nada) de la Junta de Andalucía expresa un agrio menosprecio de las procesiones de Semana Santa en su tierra. Como es mujer, se le perdona la afrenta.

Siempre se podrá argüir que hay personas que se saben "de centro" políticamente hablando. Vana ilusión. El centro no es más que una derecha vergonzante, pues ser de derechas parece menos legítimo que ser de izquierdas.

El problema para el análisis de la distinción apuntada es que los usos sociales no facilitan que los sentimientos religiosos se muestren con naturalidad. La razón es que culturalmente domina la hegemonía de la izquierda.

Una ilustración. La insistente referencia a las "fosas comunes" o a las "cunetas" (los fusilados por los franquistas como consecuencia de la guerra civil) oculta cuidadosamente las matanzas de clérigos o personas sencillamente religiosas en tiempos de la II República. Es un clamor nacional el interés por la infausta suerte de Federico García Lorca, fusilado por los nacionales a comienzos de la guerra civil. A ver quién se atreve a decir algo públicamente sobre la muerte de Ramiro de Maeztu o Manuel Bueno, fusilados por los republicanos por las mismas fechas. Por cierto, en su día los escritos de Maeztu o de Bueno fueron mucho más influyentes que los de Lorca.

Considérese la batallona cuestión sobre si el Gobierno debe exhumar los restos de Franco o de José Antonio Primo de Rivera de la basílica de Cuelgamuros (Valle de los Caídos). Curiosamente, ninguno de los dos fue propiamente un caído o víctima de la guerra civil. Mas lo fundamental no es el trasiego de unos restos fúnebres, sino la simbología religiosa del Valle de los Caídos. Por cierto, es la única que figura expresamente en el monumento. Lo que de verdad irrita a la izquierda doctrinaria es la cruz más grandiosa del mundo. La prueba es que nadie de esa ideología propone derruir el arco de la victoria en la Moncloa madrileña, que sí es un signo más bien pagano y expresamente franquista. Por cierto, se erige en el único lugar donde las tropas de Franco retrocedieron definitivamente ante las republicanas.

También se dice que en España la religión es cosa del pasado porque solo una pequeña fracción de españoles acude ala misa dominical. La verdad es que en todas las épocas ha sido baja la asistencia espontánea a la misa dominical. Pero lo relevante es que hoy, por primera vez, casi todos los que van a misa comulgan.

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