Menú
Antonio Robles

Candidatos en busca de 'pole position'

Esta investidura parece el triunfo del bien particular frente al bien general

Esta investidura parece el triunfo del bien particular frente al bien general. Ambición personal, frente a servicio de Estado. Todos y cada uno de los candidatos no han hecho otra cosa hasta la fecha que situarse ante el escenario de unas nuevas elecciones con el objetivo de llegar con ventaja a la pole position. Cada uno con su letanía de justificaciones.

Mariano Rajoy, el más previsible. Sus innumerables dejaciones de Estado durante estos últimos cuatro años podrían haber pasado por prudencia; pero ahora sabemos, después de renunciar a encabezar la investidura, que fueron por cobardía. Cobardía de la más sucia, la que no la justifica únicamente el pánico, sino el cálculo ventajista. Ha preferido que sea otro el que salga al ruedo a torear el morlaco envenenado del resentimiento social y la corrupción, con la esperanza de que después de que lo destrocen pueda salir a saquear los restos con la pachorra de Don Tancredo y pose responsable de Estado. Dicen que esto es hacer política. Y criticarlo, bisoñez. ¡Ya!

A esa misma tarea está dedicado Pablo Iglesias, el más sibilino. Y el más desconcertante. En principio la oposición parecía su lugar más rentable; desde ella se convertiría en el símbolo de la izquierda. Una verdadera amenaza para la hegemonía del PSOE. Su primera intención. De hecho juró en arameo que nunca participaría en un gobierno que no encabezara. Pero la fortaleza que le hizo fuerte en las comunidades nacionalistas amenaza ahora su liderato en Podemos. Lo hemos visto ya. Desde En Comú, Podem, Xavier Domènech se niega a renunciar al derecho a decidir y exige a Sánchez negociación directa fuera de Podemos; y su endiosada jefa, Ada Colau, ya está preparando una escisión en Cataluña. Quiere tener su propio partido fuera del control central de Podemos. La Confederación mediante hechos consumados. El liderazgo de Pablo Iglesias está en peligro por las mismas causas que le dieron los votos necesarios para obtenerlo; es decir, por haber hecho propias las reivindicaciones plurinacionales de las castas nacionalistas periféricas. O se encumbra ahora como vicepresidente de Gobierno, o en las próximas elecciones puede ver fragmentado Podemos en un reino de taifas con tantos líderes como ambiciones. La propia Ada Colau podría disputarle el liderazgo. No solo en Cataluña, que ya lo tiene, sino en el resto de España. De ahí esa extravagancia ridícula, propia de Juego de Tronos, de retener para sí la vicepresidencia y los ministerios mejor dispuestos para controlar la vida y mente de los ciudadanos: los medios de comunicación, los servicios de inteligencia, el ejército, las fuerzas de seguridad… En el peor de los casos, si Pedro Sánchez no traga, habría situado al PSOE con la caspa y adornado la campaña electoral para enterrar al PSOE.

Mientras le hacen la cama desde la derecha y desde la izquierda, Pedro Sánchez ha hecho lo único que podía hacer: aceptar el reto de la investidura. Sin ella, habría sido una estrella fugaz, con ella, puede aspirar a todo. Y a todo parece dispuesto para lograr pervivir en la política. Emparedado entre los límites impuestos por su partido y la tentación de Podemos de matar al padre, sólo tiene dos salidas: venderse al diablo o dar entidad nacional a lo que sus mayores no supieron defender mientras gobernaban y hoy le exigen como condición de gobernabilidad. Crucemos los dedos, sólo la casquería política de Juego de Tronos que Pablo Iglesias exhibe como si fuera la Fundamentación metafísica de las costumbres, nos puede librar de su ambición. ¿A ver si es verdad que Dios escribe recto con renglones torcidos?

Mientras tanto, Albert Rivera hace lo único que puede hacer: ser razonable, pensar en la gobernabilidad del Estado antes que en sí mismo, porque, por esos azares de la historia, los dos intereses se necesitan para sobrevivir.

En España

    0
    comentarios