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Antonio Robles

El suicidio de Cs y el error del PP

Fracasado Cs como partido de centro izquierda, y disuelto en centro derecha liberal con el PP, es urgente que surja una izquierda nacional.

Fracasado Cs como partido de centro izquierda, y disuelto en centro derecha liberal con el PP, es urgente que surja una izquierda nacional.
Alejandro Fernández, junto a Lorena Roldán. | EFE

Cs y PP fueron barridos en las elecciones catalanas del 14-F. Cualquier justificación amparada en la abstención no es seria. Cs está noqueado y aún no lo sabe. El PPC ha vuelto a las andadas cuando estaba en camino de rehabilitarse. Los dos han pasado a proyectos residuales en Cataluña por las decisiones nefastas de sus dirigentes nacionales mucho antes de la convocatoria electoral.

Razones

Empecemos por el PP. La historia de este partido en Cataluña siempre ha estado presidida por el apaciguamiento. Y siempre con malos resultados, menos con el paréntesis de Alejo Vidal Quadras que llevó al PP a lograr el mejor resultado de su historia con 17 diputados. La primera vez que un dirigente del PP plantaba cara al nacionalismo. Flor de un día, Aznar lo sacrificó en los pactos del Majestic de 1996 para seguir con el apaciguamiento. Y con las derrotas de siempre.

Pero la irrupción de Pablo Casado como nuevo líder del PP con un discurso atrevido, desacomplejado y apostando por Cayetana Álvarez de Toledo para dar la batalla cultural al populismo y al nacionalismo, dio al centro derecha rigor, vigor y credibilidad. Estaban demasiado cerca las horas inciertas del 1-O y la intentona secesionista. Parecía que, por fin, el centro derecha liberal se sacudía de encima el complejo de culpabilidad franquista en la defensa de España. Atrás quedaba la pesadilla de la corrupción y el complejo de inferioridad ante el nacionalismo. Lo rubricaba la victoria por el espacio del centro derecha en las elecciones de 2019 con 89 diputados, frente a los 52 de Vox y los 10 de Cs. La frescura de su liderazgo y sobre todo, la firmeza de Álvarez de Toledo ante los nacionalistas y los populistas de izquierdas evitó una hemorragia de votos hacia Vox, y arrebató a Cs la credibilidad que su líder había perdido definitivamente al negarse a neutralizar a Sánchez en un pacto de gobierno. En uno y otro caso les ganó la partida por defender la libertad y la nación sin complejos, y sin ínfulas nacionalistas. Casado recuperaba credibilidad nacional y firmeza democrática en toda España, pero sobre todo en Cataluña. Exactamente lo que perdió cuando decidió destituirla como portavoz del Congreso. Error inmenso que le impidió valorar la credibilidad que había logrado atesorar en el PP de Cataluña con su presentación como cabeza de lista en las generales de la mano de su presidente, Alejandro Fernández. Era este PP, el de Cayetana y Alejandro, el que había logrado conquistar la confianza de los constitucionalistas en Cataluña frente a un Cs desdibujado e incapaz de servir de bisagra para frenar al nacionalismo.

Después vendría la nefasta campaña de fichajes de Lorena Roldán de Cs como número dos y Eva Parera como tres. La primera, cargada con la sospecha de sus veleidades independentistas, la segunda, partidaria del derecho a decidir en el pasado y apostando en plena campaña por no tener miedo a la palabra indulto. ¡Con la que estaba cayendo! Sólo un analfabeto integral puede desconocer que hoy en Cataluña existe un electorado constitucionalista tan harto de que le tomen el pelo y tan desesperado ante la insoportable pesadilla nacionalista, que cualquier sospecha de contemplar gaitas de nuevo se echa en manos de quien sea. Aunque sea Vox. O precisamente por serlo. Todo el crédito logrado por el liderazgo de Alejandro Fernández y la apuesta por la batalla cultural de Cayetana, se disipó irremediablemente cuando el propio Pablo Casado en RAC-1 se desentendió de las cargas policiales del 1-O, sumándose de nuevo al apaciguamiento. Abandonar ahora la sede de Génova para romper con el pasado, no sólo es una broma de mal gusto, sino la certeza de que no han entendido nada.

El caso de Cs está más emboscado, pero es más triste. El 14-F sólo fue la fecha de una defunción, pero las causas reales del fracaso están en el imperdonable error de no pactar un gobierno de coalición en abril del 2019 cuando los 57 diputados de Cs sumaban mayoría absoluta con los 123 del PSOE. No sólo fue un error, fue ante todo una traición a la Resistencia que lo había engendrado para sustituir a los nacionalistas como partido bisagra en la gobernabilidad del Estado. Y precisamente, la primera vez que lo tenía en su mano en momentos difíciles para la nación, se niega en nombre de haber empeñado su palabra en no pactar con Sánchez. Él, que por entonces ya se le conocía como “el Veleta”. ¡Qué momento tan inoportuno para cumplirla por una vez! Ahora puede comprobar las consecuencias de su “No es No”. Y puede entender por qué le abandonaron millones de votantes.

Pero no fue el error lo peor, sino la causa. En pleno acoso a Mariano Rajoy por los casos de corrupción y con 57 diputados en abril de 2019, a solo 9 de los 66 del PP, tiene la osadía narcisista de liderar a la derecha española como presidente del Gobierno español. La idea la ha ido macerando en plena campaña contra Rajoy, pero la moción de censura y el cambio de líder en el PP le revienta los planes. La hecatombe le sobreviene con la misma crueldad que al personaje de la mitología griega Ícaro; quiso volar tan alto que sus alas de cera se derritieron al acercarse al sol. “César o nada”, era la culminación de entender la política como la apuesta por el éxito personal. Como la vida de un deportista de éxito. El partido sólo había sido un instrumento para su realización personal. A esto se reducía Cs. Y esto lo vieron los votantes.

Pero el error y la traición venían aún de antes. Cuando quiso acortar camino para llegar al poder sin importarle los medios, pactando con la coalición europea de extrema derecha Libertas en 2008. Ahí acabó con la transversalidad de Cs (lo de la renuncia a la socialdemocracia de 2017 sólo fue una redundancia innecesaria), y abandonó la lucha por desplazar al PSC para centrarse en suplantar al PP. Y poco después, con el partido completamente controlado, empezaron a maquillar el lenguaje (la palabra inmersión se debía relegar a conveniencia), a moderar el discurso, y acercarse al espacio convergente. Ese camino de flacidez que le llevó a implantarse en España y crecer en Cataluña, tuvo su culminación en diciembre de 2017 con el triunfo en las elecciones catalanas. Sus 36 diputados eran la desesperación de esa media Cataluña excluida y asfixiada de nacionalismo, convencida de que era su única tabla de salvación. Pero Inés Arrimadas cometió dos errores imperdonables: no hizo ni el ademán de presentarse a la investidura. Albert Rivera no podía permitirse una derrota en sus constantes éxitos electorales camino del sorpaso al PP (recuerden que estamos en 2017). Y poco después huye de la pesadilla nacionalista a Madrid. Ella lo pide, y Albert necesita su éxito mediático creciente para ayudarle a ganar la presidencia del gobierno. Aquí se quedan sus votantes abandonados a su suerte. ¿Y se preguntan por qué han perdido 30 diputados de 36? ¿Y se preguntan por qué sus votantes se han echado en manos de Vox?

Los 11 escaños de Vox no son de carambola, ni circunstanciales: borrarán del mapa a Cs. Al menos en Cataluña. En el discurso económico son similares, en inmigración, ideología de género, memoria histórica.., y en el territorial nunca se atreverán a ser tan radicales como Vox. Se han quedado sin espacio. Los electores no están para sutilizas.

Conclusiones

Cs, respecto al PP, ya no tiene diferencia alguna. Lo único que les queda es fusionarse. Se harían un favor y reforzarían el centro derecha. Vox ni quiere ni debe formar parte de esa coalición, fusión o reabsorción. En Vox no son constitucionalistas, son nacionalistas españoles. Eso es lo que han votado 217.883 catalanas en nombre del constitucionalismo porque este es el eufemismo que nos hemos dado en Cataluña para evitar nombrar a la nación española. Es una adaptación inconsciente del término “patriotismo constitucional” del filósofo alemán Jürgen Habermas, que en su momento sirvió en Alemania para evitar referirse a la nación identitaria alemana imposible de reciclar tras el nazismo.

Aquí, sin casi darnos cuenta, nos autoengañamos escondiendo a la nación española tras el constitucionalismo, ni siquiera nos atrevemos a reivindicar el patriotismo constitucional en el sentido habermasiano. Aunque eso no quiere decir que Vox no respete la Constitución, sólo que Vox defiende a la nación como entidad previa y persistente a cualquier Constitución.

Fracasado Cs como partido de centro izquierda, y disuelto en centro derecha liberal con el PP, es urgente que surja una izquierda nacional, con España como espacio del bien común. Es precisamente ahí, donde la nación está a la intemperie.

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