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Antonio Robles

La batalla cultural de Cayetana

Es desolador que al joven líder del PP no le interese la batalla cultural. O le resulte un inconveniente electoral.

Es desolador que al joven líder del PP no le interese la batalla cultural. O le resulte un inconveniente electoral.
EFE

Si nos preguntáramos en qué momento se jodió la España de la Transición, pocos admitirían que se malogró desde el mismo instante en que se diseñó un Estado autonómico sin prever la deslealtad de los Gobiernos nacionalistas. Jordi Pujol y sus cómplices en el País Vasco están en la base de todos nuestros males presentes.

Esa deslealtad es responsable de la pedagogía del odio a la nación española y sus símbolos. Con nueces y sin ellas. Pujol fue el primero en utilizar la simulación, el engaño y la mentira política, el primero en recurrir a la corrupción económica y envolverse en la bandera para corromper y comprar la voluntad de la sociedad que gobernaba. Su modelo de líder mesiánico sin democracia interna en su formación política creó escuela. Consagró la identidad frente a la ciudadanía, impuso la asimetría territorial a costa de la igualdad democrática, utilizó el adoctrinamiento escolar frente a la autonomía del conocimiento ilustrado, impuso la exclusión frente la libertad lingüística, participó en el control del Poder Judicial, cuestionó la separación de poderes, utilizó el chantaje a través de dossiers y criminalizó al disidente. Y siempre explotó las emociones y el victimismo para evitar el razonamiento político. En buena medida, preparó el caldo de cultivo para que Rodríguez Zapatero desenterrara la guerra civil a través de una memoria histórica de parte y asumiera como propia la condición plurinacional de España. La llegada de populistas como Pablo Iglesias sólo era cuestión de tiempo. Todos en el mismo lodo.

Repito, ¿en qué momento se jodió España? Se jodió en el momento en que las élites económicas, políticas e intelectuales se inhibieron y no denunciaron esta falsificación de la democracia. Con su ausencia se fueron filtrando lentamente en la mente de millones de españoles creencias políticas reaccionarias presentadas como progresistas, cuando no lo eran. Demasiados años complacientes. Ahora la infección está tan generalizada que los intentos por regenerar la vida política ya se han llevado por delante dos proyectos que nacieron para impulsarla: UPyD y Cs. Revertir ese estercolero, recuperar la autoestima democrática y el libre pensamiento era la apuesta que perdió el PP al destituir a la mujer que se había empeñado en lograrlo.

Es desolador que al joven líder del PP no le interese la batalla cultural. O le sea un inconveniente electoral. La destitución de su portavoz en el Congreso es un error, no solo ni principalmente porque la mujer destituida sea inteligente, capaz, brillante, sino y ante todo porque al destituirla está renunciando a dar la batalla cultural que España como nación de ciudadanos libres e iguales necesita para derrotar la deriva populista e identitaria que amenaza los pilares básicos de la convivencia constitucional del 78.

La pérdida es mayor, si cabe, porque es transversal. El objeto de la lucha política ilustrada de Cayetana no afecta sólo al PP, sino al sistema democrático y a España como nación. Dicho de otro modo, debería haber una Cayetana en cada partido. ¿Qué salud democrática puede tener un Estado si sus partidos carecen de ella? ¿Es mejor una mentira socialista que una liberal, o las dos son intolerables?

El error de Casado es caer en la pasividad de Rajoy: ante el follón, esperar a que escampe. Nunca escampará la hegemonía cultural y moral del populismo y del nacionalismo; o se la desenmascara enfrentándola hoy para neutralizarla algún día o mañana será demasiado tarde. Y en algún momento había que empezar. Esta es la gran diferencia entre una mujer de Estado y un especulador coaccionado por pandilleros de la política. Comprendemos que plantear batalla intelectual a la instrumentalización de la memoria histórica, o a la imposición de aranceles ideológicos a la mujer, o al nacionalismo chusco de Vox, o denunciar sin titubeos el camelo de la identidad, dé vértigo; pero son batallas que se han de dar para devolver a la ciudadanía el derecho a pensar sin la amenaza del anatema. El resto vendrá solo.

En comparecencia pública, Cayetana Álvarez de Toledo explicó tras su destitución los avatares de su sustitución y su compromiso con la libertad. ¿Hay alguna feminista más consecuente con su condición de mujer libre?

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