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Antonio Robles

Son las formas, Sr. Sánchez

Son las formas, Sr. Sánchez, lo que separa a un demócrata de un golpista.

Son las formas, Sr. Sánchez, lo que separa a un demócrata de un golpista. Son las ofensas a las instituciones nacionales, la falta de respeto a quienes las representan y el incumplimiento de la ley lo que educa, deteriora o envalentona a los delincuentes, incluidos los golpistas de guante blanco catalanes.

Ocurrió este miércoles en el Congreso de los Diputados. Pedro Sánchez prefirió obviar el exabrupto de Rufián contra el Poder Judicial cuando definió a los acusados de rebelión por el Tribunal Supremo como "los nueve secuestrados de Alcalá Meco, Soto del Real y Estremera". El presidente no dijo ni mu. Eso sí, se sintió ofendido, y así se lo hizo saber a Rufián, por la descalificación que dedicó a sus ministros Borrell y Batet. Una verdadera metáfora de patriotismo de partido en detrimento de la nación. Sólo hace falta comparar la reacción del presidente español ante esta afrenta del golpista Rufián con la del presidente francés ante la inocente espontaneidad de un joven que se le dirigió con un coloquial "Cómo estás, Manu".

Emmanuel Macron corrigió al chaval, sabe la importancia de las formas y la trascendencia de la República. Cualquiera de los valores y normas que conforman el fundamento de nuestras sociedades democráticas necesitan respeto. Ha costado generaciones lograrlo. Cuando se pierde el respeto a esas formas, estamos en el camino de la destrucción de la propia sociedad sobre la que construimos nuestra convivencia. Nuestro presidente, por el contrario, prefirió mirar para otro lado o, peor aún, instrumentalizar las formas para ponerlas al servicio de los fines partidistas de cada momento. Por eso calló, prefiere apaciguar el problema para sostener su estabilidad institucional, antes que enfrentarlo para velar por la estabilidad del Estado.

Entre los constitucionalistas, hay dos maneras incompatibles de enfrentarse al secesionismo: el apaciguamiento y el imperio de la ley.

Entre los partidarios del diálogo y la seducción, el apaciguamiento es el camino para bajar la tensión, ceder en lo menor para conservar lo mayor y conllevarse. Pretenden no ofenderlos, no contradecirlos, mostrar una imagen dialogante del Gobierno de España para dejarles sin excusas. Sin la imagen de un "Estado opresor", sostienen, estarían desorientados, sin un enemigo a quién combatir. Ilusos, ellos no necesitan un Estado opresor, les basta inventárselo cada día con cualquier excusa, o sin ella. ¿O acaso insinúan nuestros dialogantes progres que la democracia española, desde la Transición para acá, es un Estado opresor?

Entre los partidarios de la aplicación del imperio de la ley, los hay que parten de la convicción de que la seducción y el apaciguamiento sólo sirven para alimentar el problema y aplazarlo. Haber seguido esa senda ha envalentonado al monstruo y ahora sólo nos queda combatirlo… si no queremos que nos engulla. De salida, con la ley. Nadie debe sentirse legitimado para burlarse de ella y, mucho menos, violentarla o no cumplirla. Cualquier apaño es reafirmar la ilusión de que España puede ser derrotada. Para evitarlo, es preciso combatir las emociones y las mentiras nacionalistas con razones, hechos y tribunales. Sin olvidar las emociones. En esta guerra, las emociones se han erigido en el campo de batalla.

Lo que hizo en EEUU el embajador Pedro Morenés, enfrentando la pedagogía del odio de Quim Torra con su defensa de la nación española, fue imprescindible para minar la hegemonía moral que venden, pero sobre todo para lograr la confianza de los españoles en sí mismos y neutralizar las mentiras nacionalistas en el extranjero.

Ni una complacencia más con esta siniestra máquina de pervertir el lenguaje, de llamar democracia a lo que es fundamentalismo étnico, de llamar presos políticos a lo que son golpistas de guante blanco; de llamar derecho de autodeterminación y derecho a decidir a imponer su racismo cultural y su egoísmo clasista con buena conciencia; de llamar escola catalana a la más siniestra madraza del catalanismo para destruir desde la más tierna infancia la única herencia que los padres hispanohablantes con menos recursos pueden legar a sus hijos, su propia lengua.

Y Pablo Iglesias, de palanganero del 3%. ¡Menos mal que quedan las metáforas! Muerta la coherencia del lenguaje, con ellas se entiende todo.

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