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Antonio Robles

Subvencionar vida

Ya existen algunas iniciativas para cuidar nuestros montes con la técnica más antigua de la humanidad, el pastoreo y todo lo que trae consigo.

Cada vez que viene el verano y el calor achicharra los montes, un irresponsable, el pirómano de turno o la fatalidad nos dejan sin paisaje. Y sin vida. Miles de abejas, roedores, pájaros y todo tipo de vida y bienes son arrasados. El daño es universal.

El desplazamiento demográfico del campo a la ciudad en España tiene buena culpa de que nuestros montes estén hoy abandonados a su suerte. Ayer, nuestros abuelos necesitaban leña y pastos para su vida diaria. Hoy, cientos de pueblos y zonas enteras de la geografía nacional se han vaciado de personas. Teóricamente para vivir mejor, pero hoy la crisis nos recuerda que un parado de pueblo tiene muchas más posibilidades de sobrevivir dignamente que uno de ciudad. A esta altura nadie duda ya de que la vida rodeada de naturaleza es preferible a los barullos de la ciudad.

Apareció como una extravagancia, pero ya existen algunas iniciativas para cuidar nuestros montes con la técnica más antigua de la humanidad, el pastoreo y todo lo que trae consigo. Se trata de mantener los montes limpios de aquella vegetación seca que provoca el verano y lo convierte en combustible peligroso. Las cabras, las ovejas, las vacas y los caballos son animales idóneos, cada uno en su hábitat, para ayudar a mantener limpios los montes, además de para producir productos lácteos y carne. El problema es que la finalidad que apunto a menudo no es estrictamente rentable. Pero lo que de entrada pudiera parecer un mal negocio a nivel individual puede ser rentable a nivel social. Fijar población subvencionando una red de pastoreo que limpie, vigile y a la vez produzca materia prima para productos lácteos y cárnicos no es gravoso para el Estado, sino una forma de reducir el paro. Con ello reduces los costes derivados del subsidio y aumentas las entradas por contribuciones derivadas del trabajo. Una persona en paro solo provoca costos, una persona activa produce y paga impuestos. La cuestión es calcular si, en una época donde el paro es tan generalizado, esas formas de subvencionar el déficit productivo son rentables o no para la comunidad.

Se trata de emular a Frankin D. Roosevelt cuando en los años treinta subvencionó miles de puestos de trabajo a jóvenes en paro a través del New Deal para llevar adelante tareas de repoblación forestal, lucha contra la erosión y las inundaciones. Su rentabilidad fue obvia para la reactivación económica del momento, y porque se plantaron millones de árboles que hoy son la base de la industria maderera de EEUU y la causa directa de su riqueza forestal y ecológica.

En el caso de España, la rentabilidad vendría por los beneficios que nos daría un bosque más seguro, por la fijación de población en zonas rurales y porque siempre será preferible invertir los bienes del Estado en subvencionar trabajos productivos que en mantener parados. Los primeros contribuyen, los segundos gastan. Es cuestión de hacer cálculos, y no sólo económicos.

En España

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