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Carmelo Jordá

El PSOE, especie amenazada

Si desaparece, la culpa será toda del propio PSOE; de sus dirigentes y, por supuesto, también de sus militantes.

Como los indígenas de Rapa Nui o alguna extraña especie animal cuyos individuos se empeñasen en exterminarse unos a otros, el PSOE corre serio peligro de extinguirse. No les negaré que es algo que llevo media vida esperando contemplar con delectación, y ya tendría preparados el güisqui, la bata, las pantuflas y el habano para disfrutar del espectáculo junto al fuego si no fuera porque, al final, lo que viene empujando es mucho peor, o al menos bastante peor, que la peor versión de los socialistas.

Hay que dejar claro que mi sentimiento es puramente egoísta: no tengo un ápice de misericordia para un partido que desde que tengo uso de razón ha sido sinónimo de crimen de Estado, corrupción, paro, catástrofe educativa y, sobre todo, de implantar los valores que están minando la sociedad española: el clientelismo, el igualitarismo, la demonización de la capacidad y el esfuerzo…

A todo esto, en los últimos años el propio PSOE ha unido otro pecado, que es, probablemente, por el que paga una mayor penitencia: el completo vaciado ideológico al que se ha sometido. Ya en los estertores del felipismo la mayor razón de ser de los socialistas era impedir que el PP llegase al poder, pero desde el advenimiento de Zapatero lo que era parte de un todo se ha convertido en el único ingrediente de un menú cada vez más indigesto.

La prueba está en el todavía secretario general de los socialistas, que dedica a Rajoy las tres cuartas partes de cada una de sus intervenciones públicas y que parece estar dispuesto a intentar un Gobierno con una amalgama de docenas de partidos cuyo único punto en común es el rechazo al presidente en funciones. Un rechazo que puede resultar comprensible, pero que no da para pasar más de un mes en Moncloa.

Y es que a día de hoy el PSOE no tiene otra cosa que ofrecer a la sociedad española más allá de no ser un PP al que, para más inri, cada día se parece más, y por ese camino se está condenando a la irrelevancia, para la que sólo le queda arrojarse en brazos de sus peores enemigos y certificar su defunción.

Si no cambian de rumbo pronto –parece que ahora sí puedan hacerlo–, el partido que creó Pablo Iglesias va a acabar su triste historia dentro de no mucho. Y la culpa no la tendrá otro Pablo Iglesias que se está limitando a pasar por allí: la culpa será toda del propio PSOE; de sus dirigentes y, por supuesto, también de sus militantes.

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