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Carmelo Jordá

El último servicio a España de Suárez

Estos días en España lo hemos hecho con uno de los nuestros, un Suárez que, con sus virtudes y sus defectos, sin duda se merecía ese homenaje.

Estos días en España lo hemos hecho con uno de los nuestros, un Suárez que, con sus virtudes y sus defectos, sin duda se merecía ese homenaje.

Últimamente no son muchas las ocasiones, más allá de lo deportivo, que España nos da para sentirnos orgullosos, pero esto es exactamente lo que ha ocurrido este lunes y, sobre todo, este martes, cuando los restos fúnebres de Adolfo Suárez han recorrido parte del centro de Madrid en una emocionante ceremonia.

Miles de personas se han acercado a la Carrera de San Jerónimo y al Paseo del Prado y han despedido a Suárez con vivas al expresidente, a España y a la democracia. En pocos actos públicos que haya seguido como periodista la emoción era tan grande, el respeto estaba tan patente y los presentes teníamos la sensación de contemplar algo histórico.

La ceremonia, además, ha sido hermosa: con la solemnidad y el sentimiento que probablemente sólo los militares y los curas saben dar a sus actos, con el sentido de transcendencia que debe tener la despedida de un hombre importante.

Parte del recorrido que este martes han seguido el féretro de Suárez, su familia y las principales autoridades del Estado ha sido el mismo que siguió la manifestación del sábado anterior. Qué diferencia entre el respeto y la emoción que se respiraban en este homenaje y el cainismo y la radicalidad que mostró la extrema izquierda, y eso sin contar el salvajismo de los incidentes posteriores.

Difícil una forma más eficaz de enfrentar simbólicamente la España por la que luchó el propio Suárez y la de los extremistas que, desde uno y otro bando entonces y sobre todo desde la izquierda y el nacionalismo ahora, no pretenden sino destruir el principal legado que nos dejó el de UCD: un país de españoles dispuestos a respetarse, a perdonar el pasado y a mirar al futuro.

Les voy a confesar una cosa: siempre he sentido cierta envidia de países como Gran Bretaña o Estados Unidos, que saben despedir a sus grandes hombres con el ceremonial y la unidad que merecen. Estos días en España lo hemos hecho con uno de los nuestros, un Suárez que, con sus virtudes y sus defectos, sin duda se merecía ese homenaje.

En cierta forma ha sido su último servicio a España y a los españoles: que durante un par de días, y casi como una excepción, podamos sentirnos orgullosos de serlo.

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