La descomposición de UCD y su descalabro electoral definitivo han sido siempre un fenómeno histórico que ha aterrado a la derecha española. Primero en la AP de Fraga y después en el PP de Aznar, buena parte de la organización del partido y de sus formas de funcionar fueron ideadas pensando en lo que había sido aquella hecatombe. Un desastre no tanto porque desapareciese un partido –que al fin y al cabo fue casi de inmediato sustituido por otro– sino porque dejó a España inerme ante más de una década de PSOEcialismo y, sobre todo, a los nuevos ocupantes del poder con la certeza de que podían hacer lo que quisiesen, puesto que no había oposición.
No deja de ser curioso por tanto que, después de llevar toda una vida con el trauma de lo que le ocurrió a UCD, ahora el PP se nos pueda convertir en el Partido Popular de Centro Democrático (PPCD): un partido que implosione hasta su desaparición práctica. Un camino que parecía imposible hace no tanto, pero que Rajoy, Soraya y Cospedal se diría que recorren tranquilos, como si la cosa no fuese con ellos.
De nuevo el problema no sería que los populares se fuesen al garete, allá ellos; lo grave sería que, de una forma similar a como ya ocurrió en el pasado, el final de este PPCD dejara el país en manos de Podemos para una buena temporada, y eso sí que es una responsabilidad histórica.
Hay diferencias, por ejemplo que UCD no tenía –y probablemente ese fue uno de sus grandes problemas– un liderazgo tan omnipotente como el de Rajoy en el PPCD; pero también hay paralelismos: el partido fundado por Suárez era un carajal intelectual en el que convivían, ya vimos cómo, desde restos del Movimento hasta socialdemócratas. Es decir: no había un armazón ideológico que diese sentido a aquello, como tampoco lo hay en el PPCD de Rajoy, que ya han visto ustedes que hasta abomina de las ideas como si fueran un lujo que un político serio no se pudiese permitir.
No hay barones traicionando a troche y moche, ni un rey que quiera acabar con el presidente del Gobierno, de acuerdo, pero el PPCD está tan vacío, es tan poca cosa intelectualmente, que yo creo que lo único que separa a Rajoy de tener cara de Landelino Lavilla es su tupida barba.
Hay, no obstante, otra diferencia que podría ser esencial: el PPCD conoce –o debería conocer– lo que le ocurrió a UCD. Estar sobre aviso, saber la historia, puede ayudarte mucho a no repetirla. Pero también es cierto que no basta con saberla: hay que hacer algo. El PP tiene menos de un año para reinventarse y no acabar convirtiéndose en el PPCD, pero desde luego no lo logrará dejando de lado las ideas y agarrándose a Arriola.