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Cayetano González

De Ortega Lara a Mari Mar Blanco

Diecisiete años después del crucial julio de 1997, ¿dónde estamos? ¿Y cómo? El repaso, ya lo advierto, es demoledor y el balance, desolador.

Diecisiete años después del crucial julio de 1997, ¿dónde estamos? ¿Y cómo? El repaso, ya lo advierto, es demoledor y el balance, desolador.

Los doce primeros días de julio de 1997 ocupan un lugar muy destacado en la parte más noble de nuestra historia reciente. En la madrugada del primer día de ese mes, la Guardia Civil, en una brillante operación, liberaba al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, después de haber permanecido 532 días secuestrado por ETA en un agujero inmundo construido en el subsuelo de una nave industrial situada a las afueras de Mondragón. Diez días más tarde ETA, como venganza a ese golpe, secuestraba al joven concejal del PP de la localidad vizcaína de Ermua Miguel Ángel Blanco. Fue un asesinato a cámara lenta. Dos días más tarde aparecía el cuerpo del edil con dos tiros en la nuca en un camino forestal cerca de Lasarte.

Ortega Lara, a las cinco horas de ser liberado, confesó al entonces titular de Interior, Jaime Mayor Oreja: "Ministro, ya les decía yo a mis secuestradores: matadme ya, porque estoy seguro de que este Gobierno no va a ceder a vuestro chantaje". Diez días más tarde, y durante las 48 horas que duró el angustioso secuestro que acabó en asesinato, la familia de Miguel Ángel Blanco no hizo el más mínimo reproche a un Gobierno que no podía ceder al chantaje planteado por ETA para liberar al joven concejal. En ambos casos, tanto Ortega Lara como la familia Blanco dieron un ejemplo de dignidad y fortaleza moral que los españoles nunca podremos ni debemos olvidar. Porque a Ortega Lara y a Miguel Ángel Blanco les hicieron lo que les hicieron no sólo por ser, el primero, funcionario de prisiones y, el segundo, concejal del PP, sino fundamentalmente por ser españoles. Eran unos atentados contra la Nación.

Fueron doce días en los que se fortaleció, y de qué manera, el proyecto de España que quería ser destruido por ETA, que contaba para ello con la colaboración, más por omisión que por acción, del PNV. Fueron unos días que supusieron un punto de inflexión en muchos terrenos: en la rebelión cívica y social contra ETA en las propias calles del País Vasco; en el hartazgo de la gente, que llegó a rodear las sedes de Herri Batasuna, que tuvieron que ser protegidas por la Ertzaintza; en el reconocimiento del papel que debían desempeñar las víctimas del terrorismo en la lucha contra sus verdugos; en la necesidad de derrotar políticamente al nacionalismo obligatorio que representaba como nadie el PNV. Tanto se asustó este partido, presidido entonces por Arzalluz, con lo que se le venía encima, que se fue a Estella a pactar con ETA. Ese mismo PNV que acaba de manifestarse con Sortu por las calles de Bilbao a favor de los presos de la banda terrorista; el mismo PNV con el que Arantza Quiroga, esa especie de musa que el PP ha querido encumbrar en su convención de Valladolid, pide tener "altura de miras" para entenderse y llegar a acuerdos.

Dónde y cómo estamos

Diecisiete años después de aquellos acontecimientos, ¿dónde estamos? Y, sobre todo, ¿cómo estamos? El repaso, ya lo advierto, es demoledor y el balance, desolador. Veamos, en primer lugar, dónde están algunos de los protagonistas de aquellos primeros días de julio de 1997.

Estamos en que Ortega Lara se ha dado de baja en el PP y se ha ido a la nueva formación política Vox por su desacuerdo profundo con las políticas de Rajoy referidas a la lucha antiterrorista y a la defensa de la Nación frente a los nacionalismos disgregadores.

Estamos en que la hermana de Miguel Ángel Blanco, Mari Mar, es utilizada hasta la náusea por el actual PP. Aunque, no nos engañemos, uno no es utilizado si no se deja utilizar. Primero fue en el Congreso de Valencia de 2008, cuando Rajoy le llamó en la víspera para ofrecerle entrar en la Ejecutiva del partido e intentar tapar así la vía de agua que se le había abierto con la marcha de María San Gil. En el 2012 fue aupada a la Presidencia de la Fundación Víctimas del Terrorismo después de que Iñaki Oyarzabal comunicara a Maite Pagazaurtundua que iba a ser relevada de ese puesto. Necesitaba el Gobierno y el PP a una persona más dócil al frente de la citada fundación, y el tiempo les ha dado la razón: ha sido dócil. Ahora todo apunta a que el PP incorporará a Mari Mar Blanco a la candidatura para las elecciones europeas para intentar paliar los efectos no ya de una vía de agua, sino de la riada que ha supuesto para Rajoy y para el PP: la fractura con el colectivo de las víctimas del terrorismo, el nacimiento de Vox y la renuncia de Jaime Mayor Oreja a encabezar la candidatura popular.

Las víctimas

Estamos en que lo que Zapatero consiguió en parte, la división y el enfrentamiento entre los diversos colectivos de víctimas del terrorismo, Rajoy no sólo no lo ha remediado sino que lo ha profundizado, para lo que ha actuado en dos direcciones: orillando y ninguneando a aquellos colectivos -léase Voces Contra el Terrorismo (Alcaraz), Covite (Consuelo Ordóñez) o Dignidad y Justicia (Daniel Portero)- que se han mostrado críticos con la política antiterrorista de este Gobierno, y premiando a otras asociaciones, fundamentalmente a la AVT de Ángeles Pedraza, que ha mostrado mas cercanía a los despachos del poder y menos oposición a las políticas gubernamentales.

Estamos en que las víctimas del terrorismo se sienten abandonadas no sólo por este Gobierno y por el PP, sino por el conjunto de las instituciones que conforman el Estado. Esas víctimas que han renunciado siempre al odio y a la venganza se merecen, al menos, que se haga Justicia y que se respete su Memoria y su Dignidad. La puesta en libertad de Bolinaga, la suelta masiva de etarras tras la derogación de la Doctrina Parot –por mucho que trate de justificarlo el hijo de Manuel Jiménez Abad– o la presencia de las diferentes marcas de ETA en las instituciones no parecen buenos ejemplos para conseguirlo.

Estamos en que el autor intelectual de la política antiterrorista que tan buenos frutos dio durante los Gobiernos de Aznar, Jaime Mayor Oreja, ha renunciado a ser el cabeza de lista en las elecciones europeas y se va a su casa, porque es tan distinto su diagnóstico sobre la situación de España del del Gobierno y su partido que no le parece coherente seguir en primera línea dando cobertura a un proyecto político, el del PP actual, que empieza a ser irreconocible si se le compara con el que refundó Aznar en 1990.

El PP vasco de Quiroga

Estamos en que el PP vasco, que durante tantos años fue un referente para muchos españoles, por su gallardía y firmeza en la defensa de las libertades y de la Constitución, lleva desde la marcha de María San Gil, en el 2008, en manos de unas personas muy mediocres, mucho más preocupadas por criticar y polemizar con los suyos que, por ejemplo, con los del PNV o Bildu. El numerito de este fin de semana en Valladolid, jaleado por los medios afines al PP, queriendo ensalzar y entronizar de una manera tan forzada como artificial a Arantza Quiroga, es de los espectáculos más lamentables que uno recuerda en el centroderecha, y eso que ha habido unos cuantos.

El PP vasco celebrará en marzo un congreso extraordinario en San Sebastian. Para hacerse una idea de por dónde va el gran debate ideológico y la regeneración que exige un partido que en las últimas elecciones autonómicas perdió casi dos de cada tres votos con respecto al mejor resultado de su historia –en el 2001, con Jaime Mayor como candidato–: la gran pugna que existe a día de hoy es ver cuántos autobuses con militantes con derecho a voto llevará el PP de Álava y cuántos el PP de Vizcaya, para saber si ese genio de la política llamado Iñaki Oyarzabal sigue siendo o no secretario general de los populares vascos. Los alaveses quieren que siga; los vizcaínos quieren poner a uno suyo. Y mientras tanto, Arantza Quiroga recibiendo parabienes y aplausos en Valladolid y, eso sí, pidiendo manos libres para actuar.

ETA no está derrotada

Estamos en que ni los propios dirigentes del Gobierno y del PP se aclaran a la hora de decir si ETA está o no derrotada. Rajoy afirmó en Valladolid que la derrota de la banda es el único camino que seguir, mientras su ministro del Interior, el inane Fernández Díaz, o la propia Quiroga dicen que ya está derrotada; pero Esperanza Aguirre sostiene todo lo contrario. ¡Qué espectáculo! Mientras, ETA no se disuelve, no pide perdón por su sanguinario historial, no entrega las armas, gobierna en Guipúzcoa, en San Sebastián, en muchos ayuntamientos del País Vasco y de Navarra y es la segunda fuerza política en el Parlamento vasco. Incluso la portavoz de Bildu en la Cámara vasca se permite tuitear que le parecen injustas las críticas recibidas por el PP por parte de diversas víctimas del terrorismo con motivo del aniversario de la muerte de Gregorio Ordóñez. Es lo que le faltaba al PP: que a la lista de los valedores de su política, capitaneada por el grupo Prisa, con el periodista de cámara de Zapatero, Luis Rodríguez Aizpiolea, a la cabeza, ahora se añada la portavoz de Bildu.

Estamos, en fin, en términos morales y políticos, peor que en aquellos primeros días de julio de 1997. Es verdad que ahora ETA no mata ni secuestra. Pero aunque la propaganda gubernamental, en perfecta sintonía con el discurso del PSOE, intente convencernos de lo contrario, ETA no está derrotada. Puede estarlo su rama de comandos terroristas, pero su proyecto político totalitario está más fuerte que nunca y en una posición privilegiada para ir poco a poco consiguiendo sus objetivos. Esos objetivos por los que mantuvo secuestrado durante casi año y medio a Ortega Lara, por los que asesinó a Miguel Ángel Blanco y a 856 personas más. Entre esos objetivos, el principal, el que más le importa, por el que nació allá por 1959, es la ruptura de España.

Todavía se está a tiempo de impedirlo. La cuestión es si quien puede hacerlo quiere. De momento, sólo habla de economía y lee el Marca.

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