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Cayetano González

El tacticismo del PNV

el PNV lleva unos años optando por un cierto pragmatismo, no sólo en sus discursos sino en los hechos.

Desde hace 45 años, el PNV celebra el último domingo de setiembre el Alderdi Eguna (Día del Partido), ocasión que suelen aprovechar sus líderes para insuflar ánimos a la militancia echando mano de las esencias ideológicas más puras del partido que fundó Sabino Arana. De esa manera, conceptos como soberanía, independencia, nación, autodeterminación, Europa han solido ser las banderas más utilizadas por los líderes del PNV –lehendakaris o presidentes del partido– en su reunión anual.

Sin embargo, el PNV lleva unos años optando por un cierto pragmatismo, no sólo en sus discursos sino en los hechos. Ha permanecido bastante al margen del pulso al Estado planteado por los independentistas catalanes desde 2017. Es verdad que el lehendakari Urkullu ejerció en su momento –con escaso éxito– el papel de mediador entre Puigdemont y Rajoy, en un intento de evitar tanto la declaración unilateral de independencia por parte del primero como la aplicación del artículo 155 de la Constitución por parte del segundo. Pero en líneas generales el PNV ha querido marcar distancias con el camino emprendido por los de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont.

Otro factor que puede explicar el pragmatismo actual del PNV es que este partido salió en su momento bastante escaldado del llamado Plan Ibarretxe, que fue tumbado en el Congreso de los Diputados y además le supuso un retroceso electoral en las elecciones autonómicas que el entonces lehendakari convocó al día siguiente de que su plan fracasase en la Cámara Baja.

Desde que Íñigo Urkullu llegó a Ajuria Enea y Andoni Ortuzar a la presidencia del Euskadi Buru Batzar, este tándem ha optado por la gestión del día a día en las instituciones vascas y por hacer valer sus escaños en Madrid. En esto último son unos auténticos maestros, ya que, por ejemplo, en el plazo de una semana pasaron de apoyar los Presupuestos del Gobierno de Rajoy a ser decisivos con su voto en la moción de censura presentada por Sánchez y convertirse en un apoyo imprescindible para todas las iniciativas parlamentarias presentadas por el Gobierno social-comunista formado por PSOE y Podemos. Eso sí, el PNV nunca da nada gratis, y sabe sacar buena tajada –lo ha hecho con todos los Gobiernos– cada vez que es requerida su cooperación.

Lo anterior no significa que el PNV haya renunciado a sus esencias. Sigue siendo un partido nacionalista y por lo tanto independentista. No ha renunciado a ello y no lo hará nunca, porque entonces dejaría de tener su razón de ser. Entre las dos almas que siempre han coexistido en ese partido –la independentista y la autonomista–, en la actualidad, quizás por razones puramente estratégicas, prima la segunda. Pero no cabe duda de que, por ejemplo, si el pulso al Estado por parte de los independentistas catalanes acaban ganándolo estos, el PNV no se quedará atrás en sus reivindicaciones soberanistas.

La mayor preocupación del PNV ahora es su rival electoral directo: la izquierda abertzale agrupada en torno a Bildu, que actualmente es la segunda fuerza en la Comunidad Autónoma Vasca. Y todas las políticas que está llevando a cabo desde las instituciones van encaminadas a demostrar a los ciudadanos que a ellos les preocupan más los problemas reales de la gente que las cuestiones identitarias. Que ellos no están por tensar la cuerda soberanista, aunque si fuera necesario tampoco harían ascos a asomar un poco la patita independentista para que no se les diga que han renunciado a sus principios.

Por eso la exigencia al Estado hecha por Urkullu el pasado domingo de una relación bilateral o de un reconocimiento del hecho nacional vasco forma parte de ese tacticismo en el que el PNV se mueve como pez en el agua: hoy somos independentistas, pero mañana somos capaces de pactar en Madrid con Sánchez y sacarle las entretelas. Y si llega Pablo Casado a la Presidencia del Gobierno, ya vendrá a pedirnos nuestro apoyo, pensarán en Sabin Etxea. Los precedentes con los anteriores presidentes del Gobierno, en mayor medida con los del PSOE –González, Zapatero y Sánchez–, juegan a su favor.

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