
El desaguisado protagonizado la pasada semana por la todavía presidenta del PP vasco, Arantza Quiroga, al presentar una moción en el Parlamento vasco en la que rebajaba sustancialmente la exigencia a la izquierda abertzale para que esta condene la historia criminal de ETA, es consecuencia de toda una trayectoria vacía, frívola y superficial, seguida por los dirigentes populares vascos en los últimos años. Concretamente desde mayo de 2008, cuando la entonces presidenta María San Gil, viendo la deriva que iba a tomar Rajoy tras perder por segunda vez las elecciones generales contra Zapatero, en dos cuestiones clave en el ideario del PP –el posicionamiento contra el nacionalismo y la lucha contra ETA– decidió irse a su casa y no convertirse en cómplice de lo que luego ha pasado tanto en el PP vasco como en el PP nacional.
Rasgarse ahora las vestiduras por lo que ha hecho la difunta, políticamente hablando, Arantza Quiroga no deja de tener su punto de hipocresía. ¿Habrá que recordar que fueron los Oyarzabal, Maroto, Semper y Alonso de turno los que, tras la marcha de San Gil, no se cansaban de hablar de la necesidad de sacar al PP vasco de las "trincheras" en las que según ellos se había instalado en los años en que ETA perseguía y mataba como conejos a los concejales y cargos públicos populares en el País Vasco y en otros lugares de España? ¿Habrá que recordar que las expresiones "PP pop" y "PP guay" tienen como autor intelectual a ese Demóstenes de la política que es Iñaki Oyarzabal, nombrado por Rajoy en el Congreso del PP del 2012 secretario del área de Justicia, Derechos y Libertades del partido y como tal miembro de la Ejecutiva Nacional?
¿Habrá que recordar que fue Borja Sémper –el mismo que no se atreve a ir, por miedo a ser abucheado, a los homenajes de quien debería ser su referente al frente del PP de Guipúzcoa, Gregorio Ordóñez– el que dijo aquello de "El futuro de Euskadi hay que construirlo con Bildu"? ¿Habrá que recordar que el ahora presentado como símbolo de la regeneración pepera, Javier Maroto, manifestaba no hace mucho tiempo que él no tenía ningún problema en ir a tomar txikitos con los de Bildu?
Toda esta generación de dirigentes del PP vasco ha conseguido en siete años convertir su partido en algo absolutamente irrelevante en la política vasca. No condiciona nada al Gobierno del PNV, nadie cuenta con ellos para nada, son absolutamente prescindibles, que es lo peor que te puede pasar en política. De hecho, como ha sucedido en las últimas elecciones municipales y volverá a pasar en las autonómicas del próximo año, muchos electores sociológicamente de centro-derecha, ante el temor de un triunfo de Bildu, la marca de ETA, optan por votar al PNV antes que al PP.
En estos años, en los que los Basagoiti –el más listo de todos, porque cuando vio lo que pasaba cogió la maleta y se fue a México a vivir y trabajar– Alonso, Oyarzabal, Maroto, Sémper, Quiroga, Damborenea, han ido desvirtuando al PP vasco, estos han llevado al partido de los 327.000 votos (23,1%) que con Jaime Mayor Oreja como candidato a lehendakari consiguió en las elecciones autonómicas de 2001 a los 102.000 (9,4%) que han sacado en las municipales del pasado 24 de mayo. Es decir, han perdido dos de cada tres votos. Y, a tenor de lo que dicen las encuestas, la posibilidad de seguir bajando está muy abierta.
De hecho, en las elecciones generales de diciembre el PP, muy probablemente, sólo obtendrá dos escaños en el País Vasco: uno en Vizcaya y otro en Álava; ninguno en Guipúzcoa. En las elecciones generales de 2000, cuando la mayoría absoluta de la segunda legislatura de Aznar, los escaños de los populares vascos –Carlos Iturgaiz era su presidente– fueron siete: tres por Vizcaya, dos por Álava y otros dos por Guipúzcoa.
Y ante todo lo que ha venido sucediendo durante estos años en el PP vasco, ¿qué han hecho Rajoy o la dirección del partido en Génova? Absolutamente nada. Mejor dicho: permitir por omisión el desmoronamiento y la descomposición de lo que en otro tiempo fue la parte más noble del PP, y más admirada en el resto de España, por su coraje, gallardía y fortaleza moral para defender la libertad, para resistir a pie de calle y enfrentarse desde las instituciones –cuando el PP estuvo en el Gobierno de la Nación, de 1996 al 2004– a ETA, a su entorno político y al nacionalismo obligatorio y asfixiante que propiciaba el PNV.
Por eso, lo de Arantza Quiroga no deja de ser una consecuencia, todo lo rechazable que se quiera, de esa deriva vivida en el PP vasco en los últimos años. Pero ni ella es la única culpable ni, por supuesto, con su sustitución por los Oyarzabal o Maroto de turno se garantiza que algo vaya a cambiar. Más bien se puede asegurar que todo seguirá igual o peor, es decir, que se ahondará en la desaparición del PP en el País Vasco. Al menos, admítase que, aparte de las personas citadas, hay otro gran responsable de que esto haya sucedido y siga sucediendo. Pero sabido es que Mariano Rajoy sólo está para ocuparse de la macro y de la microeconomía y también para pasárselo pipa con las encuestas, como declaró este fin de semana en un acto electoral en Toledo. Veremos si en la noche del próximo 20-D conserva ese estado de ánimo o si se tiene que ir a su casa para seguir pasándoselo pipa.
