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Cristina Losada

Cambio de guardia

El Gobierno cree que remontará a lomos de las palabras. La fe que tiene esta gente en el poder de la palabrería es notable.

El Gobierno cree que remontará a lomos de las palabras. La fe que tiene esta gente en el poder de la palabrería es notable.
Félix Bolaños y Patxi López | EFE

El grito de guerra de "a por todas" que lanzó el presidente del Gobierno en el debate del Estado de la Nación iba en serio. Ha ido a por todos y a por todas. Han caído Gómez y Sicilia, que así dichos parecen una marca de vino. Han caído Lastra y Delgado. Ha caído alguno más cuyo nombre no recuerdo y aún pueden caer otros de aquí al Comité Federal que va a despedir a los difuntos y ratificar a los sustitutos. No hará otra cosa, porque los comités federales hace tiempo que dejaron de ser lo que fueron cuando allí se discutía largo y tendido. Y ahora, gracias a los hiperliderazgos que surgen de las primarias, en ese órgano se discute tanto como en los congresos del partido Comunista búlgaro.

La expectación por estos cambios que hace Sánchez para encarar lo que viene resulta, en todo caso, excesiva. Es una remodelación que tiene pinta de haberse hecho siguiendo el método que usaba P.J. O’Rourke, el periodista y escritor satírico, cuando se encontraba con que no tenía ropa limpia. ¿Y qué hacía el bueno de O’Rourke en esa situación límite? Pues iba al cesto de la ropa sucia y sacaba las prendas que estaban más al fondo. Creo recordar que, según su teoría, cuando una prenda sucia pasaba un tiempo suficientemente largo en el fondo del cesto, salía de allí casi tan limpia como de la lavadora.

Como mucho, esto es un cambio de guardia, pero sin la espectacularidad, la ceremonia y la precisión de los que se practican en los palacios reales. Es un cambio de guardia muy corrientito. Se ha hecho en plena canícula, fechas típicas en que los Gobiernos toman medidas impopulares, igual que los cambios de ministros que se hicieron el año pasado para consolidar, decían, la recuperación económica: la que ahora hace aguas. Nada ha sido como esperaban, nunca lo es, y lo que se ordena ahora no está claro si es el zafarrancho de combate o el de emergencia, aunque todavía no el zafarrancho de abandono.

La consigna bajo la que se produce este meneo en la cúpula partidaria es la comunicación. El Gobierno está convencido de que su caída en las encuestas no se debe a los hechos, sino a las palabras. Cree que falla sólo a la hora de hacerle saber al pueblo todo lo bueno que hace. O que el mensaje sobre las maravillas obradas sufre las interferencias de los malandrines de los poderes oscuros. De modo que harán falta un nuevo relato y unos expertos que lo compongan. Ya no está el mago Redondo, pero siempre hay chamanes que saben manejar los talismanes del marco, el elefante en la habitación y el pulpo en el garaje. Convencido de que su punto débil está en la comunicación y no en los hechos, el Gobierno cree que remontará a lomos de las palabras. La fe que tiene esta gente en el poder de la palabrería es notable. Pero la cuesta es empinada

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