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Cristina Losada

De las vacunas a las armas

No hay por qué atribuir a Podemos todas las malas decisiones de Sánchez.

No hay por qué atribuir a Podemos todas las malas decisiones de Sánchez.
Pedro Sánchez, en el Congreso. | Eduardo Parra / Europa Press

Cuando Alemania, con el canciller socialdemócrata Scholz, rompe su doctrina de no enviar armas a países en conflicto después de un mes resistiéndose a hacerlo; cuando nada menos que Suecia, con una primera ministra socialdemócrata, hace con Ucrania una excepción a la misma doctrina; cuando nuestro vecino Portugal, con el socialdemócrata Costa, va a enviar armas; cuando la gran mayoría de los países de la UE están por suministrar armamento a los ucranianos de forma directa, el Gobierno español no podía seguir escudándose en la martingala del Fondo Europeo de la Paz. Menos aún con argumentos tan peregrinos como que esa centralización del envío de armas era equiparable a la compra centralizada de vacunas.

Tenía difícil Sánchez presentarse en la UE y en la OTAN como la excepción a la regla, a menos que estuviera dispuesto a pagar el precio de la irrelevancia. De modo que ha cambiado de opinión y ahora España enviará como Estado, de forma directa, no se sabe aún qué armamento, pero alguno. Esperemos que no sea aquel viejo stock de Cetmes que se pensó en enviar a los kurdos, hace ocho años, para su lucha contra el ISIS.

En el escaqueo inicial de Sánchez se vio, cómo no, la mano de su socio de Gobierno. Pero no hay por qué atribuir a Podemos todas las malas decisiones de Sánchez. El presidente es capaz de tomar pésimas decisiones por sí solo: sin que nadie le obligue. Ciertamente, los podemitas no querían apoyar a los ucranianos con armamento, pero el rechazo de Sánchez no obedecía sólo a su socio. Procedía, seguramente, de su propio magín, y por razones que entonces le parecieron de peso. La principal, el inveterado rechazo de muchos españoles a que sus gobernantes den pasos que puedan involucrar a España en una guerra, y el miedo a ser objeto de represalias por mezclarse en un conflicto.

Véase el historial. El referéndum de la OTAN estuvo en un tris de salir contrario a la integración. No sólo porque la izquierda estuviera en contra y parte de la derecha, por fastidiar a González, también. Era que el ingreso en la OTAN evocaba en muchos el espectro de guerras sin fin. Luego, si exceptuamos la primera Guerra del Golfo, la única vez que un presidente dijo, en cierto modo, sí a la guerra, fue y desató una oposición tremenda. La lideró la izquierda, pero asistida por miles de personas de toda condición. Y no hay más que ver lo que responden tantos cuando se pregunta en qué hay que reducir el gasto: en defensa. Ni siquiera está claro que muchos españoles quieran propiamente un ejército. Para misiones de paz, sí, para rescatar a gente, vale, pero para combatir, eso no.

Sánchez conoce, como cualquiera, este historial, y conociéndolo se dijo que era mejor no hacer nada que remotamente pudiera parecer que nos implicábamos un poco en una guerra. La presión europea e internacional le han forzado a cambiar. Pero no hay que descartar que la invasión de Putin haya provocado un cambio en nuestra preferencia tradicional por no meterse en líos con los matones. Puede ser que la atrocidad de esta agresión y el heroísmo de los que la resisten hayan traspasado el blindaje de buenismo y apaciguamiento. No hasta el punto de aprobar un envío de tropas, descartado además por la OTAN, pero al menos un pequeño envío de armas. Algo es algo. Aunque habrá que ver si esas armas europeas van a llegar adonde tienen que llegar o si no es ya demasiado tarde.

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