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Cristina Losada

¿Hace falta una nueva ley de partidos? (2)

Se reclama más apertura a los partidos. Vale. Otra cosa es que se vaya a hacer uso de ella. Yo lo dudo.

Al divorcio entre ciudadanos y partidos políticos no se ha llegado de repente. Ha estado precedido por una larga etapa de enfriamiento de la relación. La caída de la afiliación a los partidos es un hecho constatado en las democracias europeas. Empezó a detectarse allá por los ochenta, se confirmó en los noventa y adquirió entidad definitiva en la última década. Lo muestra un estudio sobre 27 democracias europeas publicado en 2012 en el European Journal of Political Research, algunos de cuyos datos esenciales se encuentran aquí.

Por citar los más escandalosos. En tres décadas, los partidos perdieron de una a dos terceras partes de sus miembros en Gran Bretaña, Italia y Francia. La hemorragia ha sido muy fuerte en la democracia más antigua. Los tres grandes partidos británicos, que en los años 50 sumaban casi cuatro millones de militantes, no llegan hoy, entre todos, al medio millón. Los conservadores han pasado de sus envidiables 2,9 millones de afiliados en 1951 a la escuálida cifra de 177.000, según datos publicados en 2011.

Las admiradas democracias nórdicas tampoco se han librado y el número de ciudadanos con carné de partido se ha reducido allí a la mitad o más. Apenas hay diferencias, en ese declive, entre las democracias más veteranas y las novatas. Las pocas excepciones están en el sur de Europa y una de ellas, mira tú por dónde, es España. Aquí, la pertenencia a partidos ha crecido casi continuamente desde la Transición. Eso sí, nuestro nivel de afiliación está por debajo del promedio (de los 27 países). Ahora bien, aún es más bajo en países como Suecia, Alemania, Francia o Reino Unido.

Estos datos implacables cuentas varias historias y no todas evidentes. Una sí es de cajón. La crisis económica ha encontrado a los partidos tradicionales en horas bajas, en lo que respecta a su implantación social. Ha facilitado que la frialdad se transformara en hostilidad. Quizá en España esta desafección ha sido más llamativa porque no habían surgido antes, como sí sucedió en otros países europeos, grupos imbuidos de un sentimiento antipartidos.

Por otro lado, ya que hablamos de divorcio, es tentador echarle la culpa a una sola de las partes, y sostener que la gente rechaza a los partidos porque han sido muy, muy malos. Pero no ha de ser del todo así, cuando ha seguido votándolos en proporciones importantes. Cosa distinta es que se anime a entrar en ellos. Ah, lo de participar.

Uno de los reproches a los partidos que más se oyen ahora entre nosotros es que no ofrecen cauces de participación. La emergencia de indignados y similares se presenta como prueba fehaciente de la cerrazón de los partidos, de su incapacidad para conectar. De ahí que recomienden más apertura los dos foros de personalidades que impulsan una nueva ley de partidos, a los que me refería en el artículo anterior.

Muy bien, pero, ¿y si la gente no quiere participar? Desde luego, no se quiere afiliar. Ese descenso tan notable que se da en Europa, y que en Estados Unidos se manifiesta como un bajón de la identificación, no se debería achacar únicamente a que los partidos se han distanciado de la sociedad civil, mientras se vinculaban más al Estado. Otras organizaciones tradicionales, tales como las iglesias y los sindicatos, vienen sufriendo los mismos síntomas. Estamos, seguramente, ante un cambio de actitudes sociales y políticas más profundo. Y no se ha encontrado la fórmula para afrontarlo.

Hay partidos nuevos que renuncian a hacerse con una base amplia de afiliados, de los que en España tenemos algún ejemplo. Hay experimentos de partidos muy abiertos y participativos, en los que supuestamente todo el mundo decide todo, pero que luego dependen aún más que los tradicionales de la figura del líder, como el movimiento de Grillo. A su vez, los partidos de toda la vida no cesan de reunirse con tales o cuales organizaciones sectoriales, grupos de afectados y movimientos sociales, sin que esas tomas de contacto sean antídoto suficiente.

Se reclama más apertura a los partidos. Vale. Otra cosa es que se vaya a hacer uso de ella. Yo lo dudo. Casi lo único que se puede afirmar con alguna certeza a estas alturas es que los partidos de masas de otrora ya no volverán.

En España

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