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Cristina Losada

Hay unas ganas locas de participar en política

De vez en cuando, sólo de vez en cuando, no vayamos a fastidiar, conviene poner las ideas en contraste con los datos.

De vez en cuando, sólo de vez en cuando, no vayamos a fastidiar, conviene poner las ideas en contraste con los datos.

Allá por mayo de 2011, cuando indignados e indignantes se posesionaron de la madrileña Puerta del Sol, los comentaristas de guardia se preguntaron qué demonios pasaba y dieron enseguida, como manda el oficio, con la respuesta. El problema, concluyeron a la vista del "No nos representan", era que el sistema político no proporcionaba cauces para la participación de los ciudadanos. Las barreras que nuestro disfuncional sistema había puesto a la participación en la cosa pública eran la causa primigenia de la tremenda distancia que separaba a los políticos de los ciudadanos y a los representantes de los representados. La desafección venía de ahí: la gente tenía unas ganas locas de tomar decisiones, de aprobar y desaprobar, de que le preguntaran y de responder, y el sistema se lo impedía.

Lo demás vino del tirón: los partidos se habían anquilosado y no escuchaban; la ausencia de democracia interna los convertía en organizaciones oligárquicas alérgicas al aire fresco y la renovación; el sistema electoral era un obstáculo añadido a una auténtica representación de los ciudadanos y las listas cerradas frustraban la expresión de las preferencias del votante. Surgió un sinfín de propuestas para cambiar de arriba abajo el funcionamiento de los partidos, porque ya puestos no es cosa de contentarse con pequeñas reformas. Todo por ley, cómo no, incluida la obligación de hacer primarias, que eran el bálsamo de Fierabrás para acabar con la esclerosis partidaria. Porque si los partidos se democratizaban, se abrían e impulsaban la participación, el problema se solucionaba.

De vez en cuando, sólo de vez en cuando, no vayamos a fastidiar, conviene poner las ideas en contraste con los datos. Y es buena ocasión, si de materia participativa hablamos, examinar cómo se ha comportado la militancia de Podemos, que allí llaman "los inscritos", en sus primarias autonómicas. El caso de Podemos es paradigmático por tratarse del partido que ha sido más eficaz en la recogida de los desafectos. Si el espíritu del 15-M existe y se ha encarnado en alguna parte es en lo de Iglesias, Errejón y Monedero. Luego, sus inscritos, que alcanzan la notable cantidad de 341.378, deberían estar mucho más prestos a participar que los pasivos mindundis de los fosilizados partidos de siempre.

Los datos, sin embargo, no están a favor. Examinados los que el propio partido ofrece, no sin alguna dificultad (evita poner el censo junto a los resultados), el balance es muy mejorable. Puesto en porcentajes, el panorama en siete autonomías, por orden de más inscritos a menos, fue el siguiente: en Madrid participó el 29,2% de los inscritos; en Cataluña, el 15,7%; en la Comunidad Valenciana, el 20,7%; en Canarias, el 35,7%; en Galicia, el 20,5%; en el País Vasco, el 24,8%, y en Aragón el 48, 23%, ¡todo un récord!

Cierto que en la elección de los "órganos estatales", en noviembre, hubo mayor participación. Pero nadie diría, vistas las primarias autonómicas, que hay un fuerte deseo de implicarse entre las bases. La ganadora en Cataluña, Gemma Ubasart, explicó el pinchazo de esta guisa: "Esperábamos esta participación, porque hay mucha gente que se apunta a Podemos por muchas razones y en muchas ocasiones no votan". Y tanto. De los 41.496 inscritos en Cataluña no votaron 34.985. Espero que sea igual de comprensiva si tampoco votan cuando haya elecciones. Pero a lo que iba: antes de repetir que la desafección hacia los partidos tradicionales y el sistema político obedece a la falta de cauces para participar, piénsese dos veces.

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