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Cristina Losada

Huir de la cuarentena

En ocasiones como ésta en que las sanitarias tienen que apelar a la responsabilidad individual, nos encontramos con que esa apelación puede caer en el vacío.

He leído, atónita, que a raíz del cierre de universidades en Madrid, destinado a contener la expansión del Covid-19, muchos estudiantes han tomado las de Villadiego en dirección a sus localidades de origen a fin de "huir de la cuarentena". Uno pensaría que aquello de lo que hay que huir como de la peste, en este momentos, es de las posibilidades de caer en la órbita del contagioso virus. Pero no, hay gente, y en este caso gente estudiantil y universitaria, que por lo visto no teme tanto a la peste como a la cuarentena por la peste. Temen, es decir, quedarse aislados, encerrados, detrás de un cordón sanitario –ahora sí, es el instante del término– a pesar de que son ese tipo de medidas, a menor o mayor escala, las que pueden contener la expansión de la epidemia. Pero vamos a disculparlos.

Vamos a disculparlos, de entrada, igual que a sus padres, que los están llamando a volver a casa "por si cierran Madrid", porque no sabemos si finalmente han tomado la decisión menos mala. Porque entendemos que las familias quieran afrontar esto unidas y no teniendo a familiares dispersos aquí y allá. Porque la información de que dispone el público sobre lo que hay que hacer y lo que no conviene hacer es todavía insuficiente. Porque la actuación de las autoridades políticas y sanitarias españolas –con un vaivén descomunal desde el ‘todos tranquilos’ a la repentina ‘alarma general’– no las ha hecho merecedoras de la confianza de los ciudadanos. Y este es un tipo de crisis en que la confianza mutua resulta absolutamente necesaria. Si fallan las autoridades, es un desastre; pero si fallan los ciudadanos, también es un desastre.

No sólo estamos ante una novedad en el aspecto epidemiológico, al menos si nos ceñimos a nuestro tiempo. Es que para afrontarla, para limitar o controlar su curso, hemos de recurrir a un novedoso ejercicio: el ejercicio de la responsabilidad individual. Necesariamente, además. Si no se ejercita, si no se pone en juego, si no se piensa y actúa desde esa perspectiva, nada podrá funcionar: no funcionará prácticamente ninguna de las medidas de contención si no las aplicamos por nuestra cuenta. Si, por ejemplo, los que perciben alguno de los síntomas del contagio no se aíslan, sino que siguen manteniendo contacto con otras personas y circulando a su bola por todas partes, la situación será mucho peor. Si, por ejemplo, ante el rumor de que se van a proscribir los desplazamientos en una zona de alto riesgo, mucha gente se marcha de allí para escapar de la cuarentena, como ocurrió en Italia, crecen automáticamente las posibilidades de expansión de la epidemia: son personas que estaban en zonas de riesgo y que al trasladarse trasladan ese riesgo a otros lugares.

La responsabilidad individual no es, naturalmente, ningún concepto o facultad novedosa. Todo lo contrario. En realidad es pura antigüedad, pura antigualla en desuso, y es por eso que ejercitarla viene a resultar algo nuevo, si bien no tanto en el ámbito privado, donde aún tendrá vigencia, como en el público, donde se ha ido relegando, arrinconando y despreciando. No hay más que pensar en términos políticos, de la política tal como se hace, para detectar amplios espacios de los que ha desaparecido la responsabilidad individual, de los que se la ha sacado a empujones para introducir dependencias, precisamente, de la esfera política y pública. Así, en ocasiones como ésta en las que Gobiernos y autoridades sanitarias tienen que apelar a la responsabilidad individual para poder hacer efectiva la contención, nos encontramos con que esa apelación puede caer en el vacío. Ah, ¿pero no tienen que solucionar esto las autoridades? ¿No son ellas las responsables? ¿Por qué me dicen a mí que lo sea? Y esa reflexión cabreada bien puede acabar con un ¡haré lo que me parezca!

Toda nuestra cultura política reciente tiende a desincentivar el ejercicio de la responsabilidad individual. Falta costumbre, falta práctica. Ahora que se necesita, la cuestión es: ¿cómo reavivarla?

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