La retirada de Macarena Olona de la política acrecienta la sensación de desencanto que han dejado para Vox los resultados de las elecciones andaluzas de junio. Aunque sólo sea por las expectativas que tenían y el peso específico de la candidata, es consecuente hablar de decepción, por más que en los partidos tiendan a negar las decepciones en público. La propia trayectoria de Olona, que ha sido uno de los puntales de Vox y se retira después de sólo tres años en la política, se presta a realizar proyecciones de su caso al partido en su conjunto. Y, se proyecte o no, ya se están perfilando pronósticos desfavorables, que apuntan a un proceso irreversible de declive y ocaso.
¿Se encuentra Vox en la fase crepuscular en la que han entrado sus dos compañeros y antagonistas de la llamada nueva política? Puede ser. Y puede ser que no. Yo no extendería certificados de defunción política por adelantado. Más aún: para saber si un partido empieza a ir de bajada, conviene tener claro primero por qué ha subido. Y subir no es nada fácil. Introducir a un partido nuevo en nuestro mapa electoral nacional con efectos relevantes no es tan sencillo como algunos creen y otros hacen creer. Otros como, de manera señalada, los que hoy ocupan el puesto de hechiceros de la tribu y dicen conocer las claves del secreto para ganar; y los políticos, criaturas inseguras pese a todo, van y se lo compran. Pero lo cierto es que la fortuna de llegar y besar el santo sólo concurre en circunstancias extraordinarias. Aquí se dieron en la travesía del desierto posterior a la gran crisis, y siguen coleando.
Hay oportunidades para entrar por la puerta grande, pero son pocas y momentáneas. En 2018, cuando Vox entró en escena con poderío en las andaluzas de aquel año, el Partido Popular acababa de abandonar el Gobierno, moción de censura mediante, en un estado de lánguida postración. Tras siete años en el poder, sorprendido por el golpe separatista, estaba noqueado y sin ánimo de lucha. Fue una de esas raras ventanas de oportunidad para un partido de derechas nuevo, descarado y combativo, y Vox entró por ella. Pero el panorama es hoy algo distinto. El PP se ha recompuesto y consigue remontar. Con uno de sus competidores, Ciudadanos, fuera de juego, ve posible reagrupar el voto de la derecha y del centro con una estrategia incremental. Es lo que ha hecho, sin ir más lejos, en Andalucía.
Más que los errores de campaña, la falta de implantación o la ausencia de programa autonómico, son esas nuevas circunstancias las que causan el pinchazo de Vox en las andaluzas. Al final, la suerte de un partido no depende tanto de lo que haga y diga: hay momentos en que se le perdonan cosas, que en otro instante lo condenan a la ruina. Un partido no es un ente aislado, sino una pieza de un juego. Está en una constelación en la que es decisivo qué hacen los otros y cómo les va. Es una constelación dinámica, cambiante. Por eso resulta tan difícil, pese a la cotizada labor de los hechiceros, tener todo controlado y ganar, que es de lo que se trata. Ciertamente, para el PP será muy deseable el ocaso de Vox. Pero los astros no dejan de moverse. Y hay algo del azar de la ruleta en todo esto. Dar por finiquitado al partido de Abascal en las próximas generales es, en rigor, prematuro. Claro que este tipo de pronósticos suelen tener voluntad de funcionar como profecías autocumplidas.