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Cristina Losada

Lo importante es participar

Yo estoy haciendo méritos para ser declarada persona non grata entre los fans de las primarias, así que no quiero desaprovechar la ocasión.

Cuando los deportistas españoles no ganaban prácticamente en ninguna competición deportiva internacional, y eso sucedía hace muchísimos años, se decía que "lo importante es participar". El lema tenía parentesco con una frase atribuida al fundador de los Juegos Olímpicos modernos, el barón de Coubertin, pero aquí servía de consuelo para los malos resultados. De tal manera quedó asociada al fracaso, que los españoles cuando la usamos aún lo hacemos de manera irónica y burlona. Ya se sabe que si lo importante es participar es que no se va a ganar.

Me acordé de aquel lema penoso al escuchar a un alcalde de las Mareas gallegas en este primer aniversario de las elecciones municipales. Dijo que el principal logro de su gestión era el aumento de la participación ciudadana. La llamada nueva política hace de la participación un talismán de poderes taumatúrgicos: va a asegurar que gobiernos e instituciones estén realmente al servicio de los ciudadanos (de la gente, como prefieren decir) en lugar de al servicio de la casta. Y bien, yo no tengo los detalles de esa mayor participación de la que presume el alcalde. Pero la experiencia indica que tales incrementos suelen venir de grupos organizados. Los activistas afines participan más. Eso es todo.

El espejismo de la participación encandila a muchos. No sólo partidos como Podemos y similares creen, o dicen que creen, en su efecto virtuoso. Es más, a veces se percibe en su énfasis en la participación un deseo de tener a la sociedad movilizada, como un ejército, y siempre detrás, claro, de sus líderes naturales, que son ellos. Porque la participación en contra ya no mola tanto. Pero decía que otros muchos han dado la matraca con la participación, como si su falta fuera la causa primera de la desafección y la desconfianza en los políticos. De ahí surge la idea de que uno de los grandes males de España, si no el esencial, es la falta de democracia interna en los partidos y se prescribe la terapia: más participación y, ante todo, elecciones primarias.

Yo estoy haciendo méritos para ser declarada persona non grata entre los fans de las primarias, así que no quiero desaprovechar la ocasión. Me da la oportunidad una noticia del país que inventó las primarias, y que las inventó por buenas razones: la diferente estructura o la ausencia de estructura de sus partidos. Estados Unidos, en fin. La nueva es que los Republicanos quieren cambiar las reglas de las primarias, y ello a la vista del resultado de este año, que se llama Donald Trump.

Trump, además de un bocazas, es un outsider, un tipo que se ha colado en el partido, y alguien en quien no confía ninguna facción ideológica republicana. El partido lo tendrá que nombrar candidato a las presidenciales porque ha ganado las primarias. Pero por eso mismo se cuestiona el sistema de elección. Los partidarios de reformarlo alegan que ganó gracias a las primarias abiertas de varios estados. Esto es, a la participación de votantes sin vínculos con el partido. Lo que se plantearán los Republicanos en su convención en julio es cómo evitar que los de fuera sean más decisivos que los de dentro. Al otro lado, entre los Demócratas, tampoco hay satisfacción con las reglas del proceso. Los seguidores de Sanders las denuncian por injustas y parciales, y en el estado de Nevada les montaron hace unos días una buena bronca, con lanzamiento de sillas, a los dirigentes locales.

Si en España no ha habido ahora grandes conflictos en los partidos que hacen primarias para elegir candidatos a presidente del gobierno, me temo que es sólo por una razón: han salido los que tenían que salir. ¡Qué casualidad y qué conveniente! La participación de las bases se atuvo a la norma en estos casos: la mayoría vota por el candidato que avala la cúpula. Las primarias se convierten fácilmente, sobre todo, las cerradas, en instrumentos plebiscitarios. Pero si de forma imprevista sale el candidato rana, entonces viene el llanto y el crujir de dientes. Como mínimo, los fans de las primarias tendrán que reconocer que no son todo ventajas. No aseguran el liderazgo de los mejores, pueden encumbrar a los peores tanto como el sistema tradicional de congresos y tampoco garantizan la renovación en la cúpula.

En Orden y decadencia de la política, Francis Fukuyama hace este apunte sobre el resultado de los buenos deseos participativos en EEUU:

"La típica solución estadounidense a la aparente disfunción del gobierno ha sido tratar de ampliar la participación democrática y la transparencia. Esto sucedió a nivel nacional después de los turbulentos años de la guerra de Vietnam y el caso Watergate, momento en que los reformistas presionaron para que las primarias fueran más abiertas, para que hubiera un mayor acceso ciudadano a los tribunales y para lograr una cobertura constante del Congreso por parte de los medios de comunicación. California y otros estados ampliaron el uso de iniciativas electorales para evitar un gobierno distante. Casi ninguna de estas reformas logró cumplir sus objetivos de crear niveles más altos de responsabilidad gubernamental."

Remedios políticos que hoy se promocionan en España con entusiasmo ya se probaron en otros países. Aprendamos de su fracaso.

En España

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