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Cristina Losada

Propaganda Wars 9-N

Alguien que se hubiera quedado dormido el jueves y despertara hoy lunes apenas notaría diferencias en el estado monótonamente febril del asunto catalán

Alguien que se hubiera quedado dormido el jueves, 6 y despertara el lunes, 10 de este mes de noviembre, y no voy a reprochárselo, apenas notaría diferencias en el estado monótonamente febril del asunto catalán. Vería que el partido de Artur Mas propugna elecciones plebiscitarias con una lista única y promete celebrar un referéndum sobre la independencia. Y vería que el partido de Oriol Junqueras quiere también elecciones cuanto antes, aunque sin lista única, y declarar la independencia de una puñetera vez. ¡Hagámoslo ya!, como decía el hombre, y mejor no le demos vueltas a la imploración. Si, por su natural vagancia, el que se la pasó durmiendo prescindiera de leer la letra pequeña de lo noticiable no podría decir que entre uno y otro día ha tenido lugar uno de esos acontecimientos que cambian radicalmente una situación. O, como se decía antes, que modifican la correlación de fuerzas de manera clara e irreversible.

Ah, bueno, sí, que a Artur Mas le han recibido en su partido como a un héroe. Pero ¿alguna vez le han dejado de recibir de esa guisa? A fin de cuentas, se trata de un partido que no le echó a patadas cuando le hizo perder doce escaños, doce, en unas autonómicas que anticipó esperando una mayoría requeteabsoluta. Sí, puede que Mas haya salvado la cara con el mock-referendum, que así llamaron en la prensa anglosajona a lo del domingo, y muy apropiadamente, porque se pusieron simulacros de urnas para un simulacro de voto que simulaban organizar unos voluntarios. Y, sí, estará contento de haber metido un gol por la escuadra. Un gol, además, por el que será difícil imputarle un delito de desobediencia, dado que para hacerlo se requiere un apercibimiento del TC que no hubo. Sí, pero es el gol del pillo. Es salvar la cara para perder el poco crédito.

La parodia, en cualquier caso, ha mostrado unos límites. Ha mostrado que un proceso que supuestamente nacía de una demanda de toda la sociedad catalana sólo moviliza a los que ya estaban movilizados. Algunos instan a no minimizarlos, porque dos millones de personas son muchas personas. Vale. No tengo yo interés alguno en tomar parte en las guerras de propaganda; con la Generalidad y su corte basta y sobra. Pero me parece que cuatro millones de personas son muchas personas que de ninguna manera pueden ser minimizadas. En especial, cuando han rehusado participar después de dos años de machaque continuo con la consulta, de ser convocadas por el Gobierno autonómico y por todos, insisto, todos los medios de comunicación audiovisuales, y de recibir cartas con timbre oficial en su domicilio instándoles al voto o de tener a su puerta a los agentes de la movilización en persona.

Era cosa de ver cómo los partidos secesionistas rebajaban las expectativas al tiempo que daban a conocer eufóricos la afluencia al proceso participativo. Ya le llamaban triunfo a superar un poquito el total de votos que habían recibido todos juntos en las autonómicas de 2012. Tal vez, si no hubieran hinchado hasta los dos millones, una y otra vez, el número de gente que salía a la calle en sus diadas, vías y uves últimas, podrían ahora presumir de esos dos millones que dicen que movilizaron el domingo. El problema de Mas, dicho en corto, es que ahora no tiene más. Puede, sí, cantar el gol, que es como celebrar la trampa. Y quizá pueda confiar en que, en lugar de anulárselo, se lo confirme el Gobierno de la Nación llamándole a negociar pasado mañana.

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