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Cristina Losada

Ser mujer, según Irene Montero

Un calvario, lo de ser mujer, según la ministra. Aunque no para ella.

Un calvario, lo de ser mujer, según la ministra. Aunque no para ella.
Irene Montero, en la manifestación feminista del 8 de marzo. | Cordon Press

La ministra de Igualdad, en la comisión del Congreso correspondiente, abordó la pregunta de qué es ser mujer. Es una pregunta que suelen poner en juego revistas femeninas y puede que revistas feministas, si hay todavía alguna diferencia entre las dos. Ignoro por qué surgió en una comisión parlamentaria, pero la propia Irene Montero puso en redes sociales el minuto de oro de su respuesta, por lo que se colige que para ella, y para lo que signifique su presencia en el Gobierno, lo que respondió es de enorme importancia. En cierto modo, lo es. Fue una respuesta aterradora.

La ministra distinguió, de forma implícita, entre lo que es ser mujer para las personas feministas y las que no son feministas, ergo tampoco personas. La definición, por lo tanto, depende. Pero para una persona feminista, según dijo Montero, ser mujer significa “más riesgo de pobreza, más riesgo de exclusión social, más riesgo de sufrir violencias, más riesgo de cobrar menos por el mismo trabajo, más riesgo de asumir todos los cuidados, más riesgo de no poder desarrollar sus proyectos vitales” y algún otro riesgo más. Es suficiente para hacerse una idea. Para las personas feministas a la manera de Montero, ser mujer es un auténtico cúmulo de desgracias.

Un calvario, lo de ser mujer, según Montero. Aunque no para Montero. En un medio arranque de honestidad, la ministra se exceptuó de esa general y desastrosa situación de las mujeres. Pero sin que explicase cómo ha conseguido, si por azar, por clase o por algún privilegio, librarse del destino funesto de la mayoría. De la mayoría o de todas, porque dijo: “Para las mujeres en España y en el mundo, ser mujer es lo que yo digo”. ¡Lo que yo digo! No se hable más. Montero dicta y el resto, a callar. La suya es la única religión verdadera.

No está claro qué van a conseguir con las clases de religión feminista que imparten, salvo una creciente antipatía hacia su dogmatimo y su dogma. Pero hay un efecto que ha quedado visible en esta intervención estelar. Con su sombría victimización de la mujer, lo que consiguen estas personas feministas es que parezca que ser mujer es una triste desventura, un infortunio y una verdadera calamidad. Oyendo la retahíla de la ministra, de creérsela por un momento, lo suyo, siendo mujer, es pensar en cambiar de sexo. Cuanto antes. Para ahorrarse todos los males que conlleva ser mujer, según Montero. Aunque, ciertamente, no para Montero.

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