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Cristina Losada

Un debate francés

El traído y llevado cordón sanitario no apareció ni de forma explícita ni implícita. Nuestros socialistas, si lo han visto, estarán extrañados.

El traído y llevado cordón sanitario no apareció ni de forma explícita ni implícita. Nuestros socialistas, si lo han visto, estarán extrañados.
EFE

El match Macron-Le Pen fue un debate ejemplar si se ve desde España. Se habló de lo que hace, puede hacer y debe hacer un presidente en Francia. La demagogia afloró, inevitable, pero quedó diluida entre los grandes asuntos políticos. Hubo acusaciones cruzadas, aunque no descalificaciones virulentas ni argumentos ad hóminem. Y ninguno de los contendientes sacó de debajo del atril carteles gigantes con gráficos y fotos, fea costumbre en tantos debates electorales españoles con la que se pretende dar solidez a lo que se dice —una imagen vale más— , y se consigue un ambiente de concurso infantil. La política francesa se toma más en serio.

No se oyeron las descalificaciones y ofensas que se han hecho habituales en los debates electorales españoles —recuérdese que Sánchez le dijo a Rajoy en 2015 que no era una persona decente—, pero quizá lo más interesante, visto desde aquí, estuvo en el terreno de la calificación. Y es que en ningún momento Macron calificó a Le Pen de ultraderechista. Dijo, incluso, que tenían "desacuerdos sinceros y respetables". Ello a pesar de que el objetivo de Macron en el debate era ganarse a los electores de izquierda de Mélenchon. Pero explotó la veta ecológica, no el filón del miedo a la extrema derecha. Eso se hará, sí, pero en otros foros. En un debate francés se espera que los candidatos muestren su capacidad para gobernar.

El traído y llevado asunto del cordón sanitario no apareció ni de forma explícita ni implícita. Nuestros socialistas, si lo han visto, estarán extrañados. Su obsesión con el cordón crece día a día, y ponen de ejemplo a Francia. Precisamente a Francia, donde resulta que se hizo un debate perfectamente normal entre los dos candidatos, como si ambos tuvieran plena respetabilidad democrática, y no como si Le Pen fuera el fascismo redivivo.

Nuestros socialistas tienen contradicciones en ese punto, y en otros, pero en este en particular. A la hora del debate electoral, en abril de 2019, decidieron que les interesaba un debate que incluyera a Abascal, frente a un debate que lo excluía. Todo por interés electoral. Pensaban que llevarle daría impulso a Vox, con lo que se dividiría más el voto de la derecha, y al tiempo aumentaría el miedo a Vox entre los votantes de la izquierda, que así se movilizarían. Bonitos cálculos que el portavoz socialista ocultó tras la cortina de que "un debate es más rico cuanto más plural". En cualquier caso, nada hubo: la Junta Electoral impidió la presencia de Vox porque entonces no tenía representación.

No hacer cordón sanitario en los debates, por conveniencia, pero hacerlo en los gobiernos, también por conveniencia, viene a ser el criterio del socialismo español ante la cuestión de Vox. Es su criterio, y ya está. Pero cuando ponen de ejemplo a Francia, como si allí el cordón fuera resultado de una ética política más depurada, hay que decir que eluden cucamente que en el caso francés nadie pierde con el cordón salvo el acordonado. El sistema electoral a dos vueltas se compagina muy bien con el cordón sanitario. Macron no necesita a Le Pen para revalidar la presidencia. Al contrario. Necesita que los electores de otros partidos voten para que no salga Le Pen. El cordón ahí es perfecto. Pero en España tenemos otro sistema. Si ahora mismo se aplicasen cordones a derecha e izquierda, ninguno de los grandes partidos podría gobernar. Y de acordonarse a Vox, el que no podrá gobernar es el PP. Esta es la razón última por la que nuestros socialistas reclaman cada día, y cada día más, que el PP aplique el cordón a Vox. Quieren que renuncie a gobernar.

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