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Cristina Losada

Un mito necesario

No es redundante ni empalagoso ni hipócrita el homenaje que se le rinde estos días al presidente Suárez.

A pesar de los reportajes de Victoria Prego, no hay un relato compartido de la Transición, como no lo hay respecto de la historia anterior de España. Esa gran disensión nos da una falta de mitos y héroes en los que reconocerse aun a sabiendas de que nada ni nadie están a la altura de la leyenda. No es sólo que las interpretaciones discrepen, que eso es natural. Es que no se han forjado unas señas de identidad comunes. En estas décadas de democracia lo único que realmente ha sabido conmemorar España son victorias futbolísticas.

La Transición fue motivo de orgullo un tiempo récord: muy breve. Casi tan breve como la permanencia de Adolfo Suárez en el Gobierno. Igual no había que enorgullecerse para luego triturarla, como se trituró a Suárez, sino simplemente dejarla estar como un hito y reconocerle a él, mucho antes de lo que se hizo, los servicios prestados. De ahí que no vaya a lamentar la hipocresía de los que ahora rinden homenaje al primer presidente de la democracia cuando en su día lo alancearon y despreciaron. ¿O preferiríamos que en la hora de su muerte volvieran a sacudirle? Yo prefiero que se contengan. Sin algo de hipocresía no hay forma de llevar una vida civilizada.

Corre desde hace algún tiempo la especie de que los problemas actuales tienen su origen en la Transición, sea porque no hizo la ruptura con el franquismo, una de esas tablas rasas del gusto del revolucionario de salón, sea porque sembró las semillas disgregadoras que tanto ha cultivado el nacionalismo. Es ésta una búsqueda del pecado original, del momento vargallosiano de ¿cuándo se jodió el Perú?, que pretende explicarlo todo y no explica casi nada. A fin de cuentas, ha habido tiempo en estos treinta y siete años que han pasado desde las primeras elecciones democráticas para enmendar errores y cubrir vacíos. Si faltó esa labor correctora, no es responsabilidad de Suárez. Ni de la Constitución.

Por si acaso se mitificara a Suárez, ya hay desmitificadores anticipados que aseguran que él no hizo nada, pues todo lo hicieron los españoles que lucharon por la democracia. El pequeño detalle es que no hubo muchos españoles que lucharan, es decir, que estuvieran en la calle corriendo delante de los grises, como en el mito de antifranquismo sobrevenido; y el otro pequeño detalle es que muchos de los que así lucharon no eran genuinos demócratas. Lo que sí hubo fue una mayoría de españoles que quería que la democracia llegara sin luchas, y no por miedo a los coletazos de lo que quedaba de la dictadura, como dicen los cuentacuentos.

La base social de la Transición, la que respaldó el procedimiento de Suárez, la compuso una generación nacida como él en el entorno temporal de la Guerra Civil, que había aprendido las lecciones del pasado y que se había esforzado y sacrificado por salir adelante de un modo que hoy resulta inimaginable. No tenían experiencia democrática, pero disponían del bagaje esencial para dar el paso a la democracia de la manera en que Suárez lo hizo. Por eso se identificaron con él en aquellos años decisivos. Igual que él, quisieron quitar dramatismo en nuestra política.

No es redundante ni empalagoso ni hipócrita el homenaje que se le rinde estos días al presidente Suárez. Por un lado es absolutamente merecido y por el otro es necesario para revalidar, en una España tan poco dada a ellos, sentimientos de pertenencia exentos de folclorismo. Tengamos, alguna vez, un mito político compartido.

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