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Daniel Blanco

Luis Enrique y la tozuda realidad

Luis Enrique con la nariz rota.
Luis Enrique con la nariz rota. | Archivo

Siempre fui fan de Luis Enrique como jugador. Ese alma inmensa por llegar a cada balón, ese ímpetu en cada jugada. La sensación de morirse en cada acción por su club. Primero, el Sporting, después el Madrid, luego el Barcelona. Lucho siempre estaba ahí, en cada momento. Aquel gol en el Bernabéu en un 5-0 al Barça celebrándolo como si el mundo se fuera a acabar el día siguiente. Igual que hizo al año siguiente cuando cambió de acera y le hizo un gol, con el Barça, al Madrid. Porque Luis Enrique siempre fue de la camiseta que vestía. Alguno pensará que igual que un mercenario. Yo prefiero pensar que se comportó como un profesional.

Aquella nariz rota en Boston en el caluroso verano de 1994. Esa nariz fue de todos los españoles. Las lágrimas y la impotencia del asturiano llegaron al corazón de todos. Porque en esa acción, en la que Tassotti le partió de manera canalla el tabique al jugador español, ha quedado grabada parte de la historia de nuestro fútbol. Es la imagen de cualquiera que le guste este deporte. Eso es leyenda y Luis Enrique está en ella.

Ahora como entrenador sigue igual. Dándole a sus equipos esos toques que son propios de su personalidad. Hay que veces que la traspasa como en su relación con los medios de comunicación, insostenible desde que llegó. Pero no hay relación directa entre llevarse bien con la prensa y la posibilidad de grandes temporadas. Luis Enrique ganó el triplete tragándose el orgullo en su relación con Messi. Comprendió que era mejor llevarse bien con el argentino. Lo entendió a su manera, sin decir nada, dando la impresión de que se había impuesto en el vestuario por encima de la cabeza del astro argentino. Pero no, había sido la víctima, el derrotado, pero puso cara de malo. Sabía que Messi llevaba las de ganar, pero era aceptar eso o morir en la guillotina. Prefirió seguir vivo.

Desde la noche fatídica en Anoeta, a principios de 2015, reculó, puso su cargo a disposición de Messi, aceptó los consejos de Mascherano, íntimo amigo en el vestuario del crack y del mister. Se refugió en Unzúe, su amigo del alma, dicen que en su mujer, en sus hijos y en la divina fortuna que le alzara con algún título. Todo le salió mejor de lo previsto.

Desde entonces, para llegar al triplete y para llegar a este mes de marzo donde nadie descartaría otro, Luis Enrique ha hecho a este Barcelona un equipo portentoso. Desde el campo, los de siempre, pero desde el banquillo el asturiano ha innovado. Ha desterrado la época de Guardiola y ha convertido al club en más peligroso. Porque ahora el Barcelona juega a todo. Juega al ataque cuando puede, a esperar y salir a la contra en otras ocasiones. Juega sin grandes alardes si es necesario, sublime si la ocasión lo merece. Hace lo que quiere con cada partido y lo peor para los rivales es que no hay sensación que esto vaya a cambiar.

No soy tan rotundo como para decir que es difícil que pierda un partido hasta final de temporada, porque la relajación, si es campeón antes de tiempo, aparecerá en la cabeza de los jugadores. Pero la frase no es mía. Es de Isidoro San José, que no es sospechoso de tener sangre madridista por todas sus venas. Y que el otro día en Futbol es Radio en esRadio lo dijo textualmente. Porque la sensación de cara a los culés es esa y lo bueno es que ha traspasado la frontera de la rivalidad. Reconoce todo el mundo, sea del equipo que sea, este mérito.

Leía el otro día a Gemma Herrero en el suplemento Papel del diario El Mundo, un artículo fantástico de la personalidad de Luis Enrique. La prensa lo sufre todos los días en Barcelona. Me pregunto cómo hubiera sido de no ganar nada el año pasado, de tener la suerte en contra. Qué hubiera sido de la seguridad del míster. Es poner algo de ficción a esta vida porque resulta que la realidad es tozuda. Lucho se ha salido con la suya.

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