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Daniel Rodríguez Herrera

Tabarnia no frenó a Quebec

En un asunto en el que quienes aborrecemos del nacionalismo tenemos tanta razón, no nos demos un tiro en el pie inventándonos una realidad que no existe.

En un asunto en el que quienes aborrecemos del nacionalismo tenemos tanta razón, no nos demos un tiro en el pie inventándonos una realidad que no existe.
Banderas de Quebec y Canadá | Huffington Post

Con toda la atención que ha recibido el proyecto de separar la parte más urbana y menos independentista de Cataluña en una nueva autonomía llamada Tabarnia, no han sido ni uno ni dos los políticos y periodistas que han comentado que fue gracias a algo similar por lo que se frenó a los nacionalistas de Quebec. La idea consistiría en que, como la Ley de Claridad canadiense codificó que el nuevo Estado independiente tendría la obligación de dejar irse a los territorios con mayoría favorable a permanecer Canadá, y ante la perspectiva de perder entonces Montreal, los nacionalistas dejaron de proponer nuevos referéndums.

El problema es que todo esto es un mito. Sí, es cierto que desde la aprobación de la Ley de Claridad no ha vuelto a haber un referéndum. Pero dicha norma no decía absolutamente nada sobre un supuesto derecho de secesión dentro de Quebec. Y es completamente lógico, porque, una vez escindido, las leyes canadienses –incluyendo la de Claridad– dejarían de estar vigentes en el nuevo país. El origen de este mito parece encontrarse en un artículo del prestigioso blog Hay Derecho en el que se aseguraba que la norma establecía tres requisitos: 1) que la pregunta fuera clara y estuviera muy ampliamente apoyada, 2) que un voto afirmativo conllevaría una compleja negociación entre Gobiernos bajo el principio de buena fe y la subsiguiente modificación de la Constitución –lo que podría conllevar que el resultado afirmativo se tradujera finalmente en nada– y 3) que el nuevo país no tendría por qué abarcar todo el territorio de la provincia que quisiera separarse.

El problema es que la Ley, como ya explicó en su día Malaprensa, no dice nada de eso. Es una norma muy breve y que deja un amplio margen a la interpretación y la negociación, algo parecido a lo que sucede con el famoso artículo 155. Tan sólo menciona, en su último punto, que entre los asuntos a negociar entre la provincia y el Gobierno federal estaría el de las fronteras. No hay nada que diga cómo se modificarían éstas, ni que indique que los territorios de mayoría unionista deberían quedarse en Canadá ni nada parecido, y el propio autor del artículo de Hay Derecho lo reconoce en los comentarios.

Sí es cierto que el territorial es un tema especialmente delicado para el nacionalismo quebequés. También lo es que, después de dos referéndums (en 1980 y 1995), y tras la aprobación de la Ley de Claridad (1998) no ha habido un tercer intento, y el apoyo a la independencia en las encuestas ha ido descendiendo de forma lenta pero constante. Y sí, el dictamen del Tribunal Supremo canadiense en el que se basó la norma indicaba implícitamente que las fronteras internas de Canadá no eran sacrosantas en caso de secesión, que es lo que argumentaban los independentistas siguiendo el ejemplo de –no se burlen– Yugoslavia. Pero nada ni siquiera remotamente parecido a que los territorios con mayorías unionistas tendrían derecho a permanecer en Canadá.

La reacción de los nacionalistas a Tabarnia ha sido exactamente la que cabía prever. La misma que tuvo Rahola cuando se le preguntó hace unos años si el Valle de Arán podría irse a Aragón, la misma que tuvo Tardá cuando Margallo le preguntó si Tarragona tendría derecho a decidir irse de la hipotética república catalana. Los nacionalistas catalanes toman las fronteras internas trazadas por todos los españoles como si fueran una unidad de destino en lo comarcal que marcaran quién pertenece a un pueblo con soberanía propia y quién no. Es un argumento ridículo que se desmonta muy fácilmente con la idea de Tabarnia. Pero en un asunto en el que quienes aborrecemos del nacionalismo tenemos tanta razón, no nos demos un tiro en el pie inventándonos una realidad que no existe. Eso sí que es una competencia exclusiva del nacionalismo.

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