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EDITORIAL

Demencial campaña contra el turismo en Barcelona

La ultra Ada Colau pretende estrangular la gallina de los huevos de oro.

Según las propias estadísticas del Ayuntamiento de Barcelona, el año pasado visitaron la Ciudad Condal casi ocho millones de turistas. Eso supone que la economía barcelonesa ingresó miles de millones por toda la actividad que se genera alrededor del turismo, un sector que, en contra de lo que muchos parecen pensar, va más allá de la actividad en los hoteles, los restaurantes y las tiendas de souvenirs.

Barcelona es, además, un caso de éxito con escasos precedentes en el ámbito turístico: sólo dos años antes de aquellos Juegos Olímpicos en los que toda España se volcó visitaban la ciudad 1,7 millones de personas, es decir, que en 25 años esa cifra casi se ha quintuplicado.

Por supuesto, como cualquier otra actividad humana o económica, el turismo genera ciertos inconvenientes, y si el turismo es masivo esos problemas se acrecientan; pero de ninguna de las maneras se trata de complicaciones irresolubles.

Lo que es imposible, eso sí, es que Barcelona vuelva a ser la que era en 1990: eso no va a ocurrir, por mucho que se expulse a los turistas, que parece que sobran a los nostálgicos de aquella ciudad que fue; una ciudad que ha evolucionado y cambiado, como han hecho todas antes y harán todas después, con o sin turismo. Y, además, debería ser innecesario decirlo, supondría un descalabro económico que tendría un impacto atroz sobre Barcelona y sobre los barceloneses. Y no parece que ni la capital catalana ni el resto de Cataluña estén en disposición de permitirse una catástrofe así.

Es cierto que la campaña en contra del turismo es un movimiento que lleva años fraguándose y que no siempre ha estado relacionada con el poder político, pero no lo es menos que el equipo de la ultra Ada Colau ha hecho bandera de ella, con una irresponsabilidad impresionante.

La labor de un responsable político no es demonizar las actividades económicas –y menos aún la más rentable– sino, bien al contrario, fomentarlas y, allí donde surjan problemas, tratar de solucionarlos. Asimismo, una alcaldesa que merezca tal nombre no debería valerse enlodarse en el populismo de la peor estofa sino ponerse a trabajar por el bienestar de sus convecinos, que desde no pasa por estrangular la gallina de los huevos de oro.

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