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EDITORIAL

Desnortados, pero totalitarios

El llamado 22M cuestiona la base misma de la democracia con el fin de implantar un sistema totalitario por métodos violentos al gusto de la izquierda.

La denominada "Marcha de la Dignidad" puso ayer de manifiesto en Madrid el delirio programático del que vienen haciendo gala las principales organizaciones políticas y sociales que apoyan estas algaradas extremistas. Los representantes de las distintas expediciones, procedentes de toda España, tomaron la palabra en el centro de Madrid para hacer públicas las reivindicaciones que consideran imprescindibles para sacar al país de la crisis. Sin embargo lo que ayer se escuchó en la capital de España no fue un catálogo de medidas más o menos afortunadas para acabar con las dificultades económicas que nos afectan a todos los ciudadanos, sino una especie de pronunciamiento popular que cuestiona la base misma de la democracia con el fin de implantar un sistema totalitario por métodos violentos al gusto de la izquierda.

Todos los radicalismos tuvieron ayer su acomodo en esta manifestación pretendidamente espontánea, a pesar de que sus proclamas coinciden plenamente con la agenda de los grupos políticos que están poniendo precisamente en riesgo la supervivencia de España como una nación libre, soberana y democrática. Así, en una concentración que tenía como objetivo declarado promover una mejora de las condiciones económicas de los ciudadanos, pudimos escuchar acusaciones hacia los poderes públicos por intentar, por ejemplo, que en Cataluña los niños puedan estudiar en su lengua materna. Ver a unos manifestantes que protestan por el recorte de "derechos sociales" aplaudir a quienes están destruyendo uno de esos derechos en una parte del territorio nacional, da una idea del nivel de sectarismo de los participantes en una marcha que, si algo no tuvo, fue precisamente dignidad, ni ética ni tampoco intelectual.

Pero esa fue tan sólo una de las muchas contradicciones de una manifestación destinada fundamentalmente a tratar de expulsar del poder al Gobierno del PP por métodos antidemocráticos, como no se cansaron de insistir los oradores. En el terreno económico, el programa defendido por los portavoces no pudo ser más contrapuesto. Se quejan de que los políticos han llevado al país a la ruina, pero piden otorgar más poder a esos mismos políticos a condición de que sean de izquierdas; están en contra de la globalización, pero apuestan por "internacionalizar la lucha obrera" recuperando la retórica decimonónica del marxismo y, en fin, quieren que el Estado pague a cada ciudadano un sueldo mensual, pero evitando recortar el gasto público en otros sectores y dejando de pagar la deuda externa, con lo que la quiebra soberana del país y la ruina generalizada serían tan sólo cuestión de días.

Estas algaradas recurrentes de los grupos extremistas siempre cuentan con el apoyo más o menos explícito de los partidos de izquierda. IU porque en su locura programática defiende esas mismas medidas suicidas y el PSOE porque su falta de escrúpulos le permite asumir cualquier iniciativa que socave la legitimidad de su rival político cuando ostenta el poder. A pocas semanas de que se inicie la campaña de las elecciones europeas, ambas formaciones corren el riesgo de que los ciudadanos sensatos las identifiquen con estos grupos antisistema, cuyo recorrido electoral es inexistente tal y como ocurre cada vez que concurren a unos comicios en cualquiera de sus ámbitos. Mientras tanto, el Partido Popular debe estar viendo estas intentonas totalitarias como una posibilidad de mejorar sus expectativas electorales en el futuro próximo, porque frente a esta oposición callejera y los partidos que la apoyan, aparece forzosamente ante los ciudadanos como el único factor de estabilidad en la política española.

La esencia de la reunión de ayer fue ver a la UGT, protagonista del robo de los ERE andaluces, pidiendo acabar con la corrupción, y a personajes como Willy Toledo, palafreneros de los últimos reductos de comunismo, dando lecciones de democracia bajo la atenta mirada de diputados comunistas en las Cortes Generales. Unos radicales desnortados, considerados por los medios de izquierdas como un ejemplo de dignidad que la inmensa mayoría de los ciudadanos, por fortuna para nuestro país, no está dispuesta a imitar.

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