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EDITORIAL

Duran seguirá en el Palace

Si Durán hubiera querido mostrar un verdadero desacuerdo con la Convergencia de los Pujol y Mas habría anunciado el fin de la coalición electoral.

Después de que a comienzos de junio amagara con abandonar su cargo en CiU -recibido con una humillante indiferencia por parte de sus socios de coalición-, Josep Antoni Duran i Lleida hizo ayer efectiva su renuncia a la Secretaría General de la formación secesionista, al parecer de manera irrevocable. El anuncio ha sido considerado por la clase política madrileña como la confirmación del talante de Estado de este nacionalista catalán de Huesca. Los principales medios de comunicación nacionales han incidido en el presunto valor simbólico de la decisión de Duran para detener la locura separatista en la que Artur Mas ha embarcado al pueblo catalán. Huelga decir que las cosas son mucho más sencillas y el interés del protagonista definitivamente más prosaico de lo que sus halagadores pretenden hacer ver.

La renuncia de Duran carece de efectos prácticos, dada la perfecta inutilidad del cargo que ostentaba. La coalición nacionalista es una confluencia de intereses (sobre todo pecuniarios) que la Convergencia de los Pujol y Mas y la Unión de Duran han administrado en beneficio propio, al socaire de sus éxitos electorales y el ingente presupuesto público que ha pasado por sus manos. La Secretaría General de la coalición era a todos los efectos una instancia simbólica para representar un reparto de poder cuya verdadera esencia es tenebrosa.

Si Duran i Lleida hubiera querido mostrar un verdadero desacuerdo con la Convergencia secesionista habría anunciado el fin de la coalición con la que ambas formaciones han venido concurriendo a todos los comicios desde 1978. No lo hará porque UDC es tan insignificante en términos electorales que de ninguna manera le permitiría seguir en el Parlamento español disfrutando de tal o cual bicoca, lo único que el señero huésped del Palace está interesado en preservar.

Duran i Lleida nunca ha reprochado a sus socios la amenaza de celebración de una consulta independentista, que va en contra de la unidad de la nación a costa de la cual vive cual diletante decimonónico desde hace más de tres décadas. Él mismo afirmó ayer que nunca ha sentido "ninguna incomodidad con el derecho a decidir y la consulta".

Las razones de su marcha hay que buscarlas, una vez más, en la gastada estrategia nacionalista de tener en Madrid un delegado plenipotenciario, con el que la clase política nacional y los medios de la capital sigan viviendo la ficción de que hay un nacionalismo razonable y moderado, el que representa Duran, y otro imprudente y radical al que conviene aplacar con continuas gabelas.

Duran montó ayer su particular circo dimisionario, pero seguirá siendo diputado en el Congreso y presidente nada menos que de la Comisión de Exteriores de la España que le trae por el camino de la amargura. Dos privilegios, junto con su vida muelle en el Hotel Palace, a los que desde luego no piensa renunciar.

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