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EDITORIAL

El empecinamiento de Mas y de Rajoy

Parece que la única línea roja que Rajoy no está dispuesto a traspasar es la que le deje a él fuera de la Presidencia del Gobierno.

En algo se parecen el presidente del Gobierno en funciones y el de la Generalidad de Cataluña: ambos parecen dispuestos a supeditar su proyecto de país a su permanencia en el cargo. El caso de Artur Mas quizá sea el más claro: con tal de mantenerse en la Presidencia, el sucesor de Pujol ha llegado a ofrecer a los anticapitalistas de extrema izquierda de la CUP un programa de gobierno que está en los antípodas del ideario democristiano que supuestamente abanderaba la derecha nacionalista de Convergència. Es más. Con tal de ser él quien presida la Generalidad, Artur Mas ha rechazado la oferta de respaldo de la CUP a cualquier otro miembro de la coalición Junts pel Sí. Así las cosas, el empecinamiento de Mas aboca a los catalanes a unas nuevas elecciones autonómicas, que muy probablemente darán la victoria a los podemitas de Ada Colau o a la Esquerra Republicana de Junqueras.

Lo que es evidente –salvo para los que confunden la muerte política de Artur Mas con la del proces separatista por él iniciado– es que el movimiento a favor del mal llamado derecho de autodeterminación se ha vuelto tan poderoso en Cataluña que va a arrollar a Artur Mas y sus ansias de protagonismo. Y, desde luego, no va a perder la oportunidad que le brinda el panorama de ingobernabilidad en España por la existencia de un no menos evidente empecinamiento como es el de Mariano Rajoy.

Aunque el PP haya ganado las elecciones, Rajoy debería asumir la responsabilidad de que su partido haya perdido un tercio de su electorado y debería favorecer un Gobierno de coalición entre su partido, el PSOE y Ciudadanos, aunque dicho Ejecutivo estuviese presidido por los socialistas. No sólo está en juego la todavía frágil recuperación económica sino el agravamiento de una crisis en la que todavía estamos completamente inmersos, la que amenaza con romper la Nación entendida como Estado de Derecho.

Rajoy no debería tener menos altura de miras que la que tuvo Esperanza Aguirre cuando, siendo la cabeza de lista más votada, ofreció la Alcaldía de Madrid tanto a Ciudadanos como al PSOE con tal de evitar el Gobierno municipal podemita de Carmena. Ninguna traición al ideario del PP que no haya ya perpetrado el Gobierno de Rajoy podría hacer ese nuevo Ejecutivo con el respaldo de los tres partidos nacionales. Por el contrario, supondría un poderosísimo frente contra las delirantes propuestas liberticidas e identitarias de las formaciones nacionalistas y de extrema izquierda que tratan de dinamitar los fundamentos mismos sobre los que se asienta el edificio constitucional.

Está visto, sin embargo, que la única línea roja que Rajoy no está dispuesto a traspasar es la que le deje a él fuera de la Presidencia. Su empecinamiento –y el del PSOE, también sea dicho– aboca a los españoles a unas nuevas elecciones generales. Es posible que, a diferencia de Más, Rajoy fuera apoyado en una segunda vuelta por muchos votantes que respaldaron a Ciudadanos el pasado 20-D. Pero no hasta el extremo de lograr una mayoría suficiente para gobernar.

Y esta es la gran diferencia entre una segunda convocatoria electoral en Cataluña y en España. Mientras que en Cataluña el procés, bien liderado por Podemos, partidario de la autodeterminación, bien por Esquerra, abierta partidaria de la independencia, tejerá alianzas y reanudará su desafío al Estado, en España el afán de protagonismo y el apego a la poltrona de políticos mediocres como Rajoy y Sánchez seguirán siendo un obstáculo en la lucha por defender la Nación y el Estado de Derecho.

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